Hernández
El clásico que se extraña
Roger Federer y Rafael Nadal están a una victoria de volver a encontrarse en una final de Grand Slam. La mayor rivalidad de todos los tiempos tiene una nueva cita con la historia si FedEx es capaz de eliminar a Stan Wawrinka y el español dar cuenta del solidísimo Grigor Dimitrov. Nada sencillo considerando el altísimo nivel de sus oponentes.
Aunque parece que fue ayer que jugaron por última vez, lo cierto es que Federer y Nadal no se topan desde la final de Basilea de 2015. En aquella oportunidad, el helvético cortó una racha de seis derrotas consecutivas. Y lo hizo en uno de sus torneos predilectos, aquel donde fue pasapelotas cuando niño e invita pizzas cada vez que sale campeón. Gracias a ese triunfo Federer llegó a 11 victorias ante Nadal en 34 partidos.
Cuantitativamente, el clásico entre Federer y Nadal no es el que más se jugó. De hecho, el cruce entre el propio español y Novak Djokovic se ha verificado 49 veces con un record de 26-23 en favor del serbio. La diferencia es que la rivalidad entre Federer y Nadal está en otra órbita, en una dimensión mucho mayor. La determina los títulos de Grand Slam de cada uno y cómo el suizo se convirtió en leyenda a pesar de la enorme cantidad de partidos relevantes que perdió ante su tradicional rival.
Si Federer hoy es catalogado como el mejor tenista de todos los tiempos qué tendríamos que decir si Nadal no le hubiese arrebatado seis títulos de la máxima categoría. Aun así y pese a que conquistó su último major hace más de cuatro años, Roger luce 17 títulos en sus vitrinas. Una marca extraordinaria para alguien al que el español sistemáticamente le arruinó la fiesta.
Nadal no solo se impuso a Federer en seis de las ocho finales de Grand Slam que disputaron, sino que lo eliminó en dos semifinales del abierto de Australia. El mallorquín, además de su inigualable dominio en Roland Garros y las canchas de arcilla, construyó buena parte de su historia en función de su superioridad sobre el suizo. Resulta imposible ponderar sus carreras a uno sin el otro.
Federer y Nadal no se enfrentan en un 'grande' hace exactamente tres años (victoria del español en sets corridos en las semis de Australia) y no disputan la final de un major desde Roland Garros en 2011. El mundo del tenis espera con ansias una nueva batalla. A Melbourne llegaron con expectativas moderadas, como el 17° y 9° del mundo, respectivamente. La suerte los encasilló por zonas distintas del cuadro como en la época en que eran el primer y segundo sembrado. Después de una semana y media y tras cinco triunfos en serie están a punto de volver a verse las caras.
Aunque Wawrinka y Dimitrov tienen todavía mucho que decir en este Abierto de Australia, Federer y Nadal se demostraron a sí mismos que siguen siendo competitivos y capaces de ir por grandes objetivos. Lo de Federer es sencillamente increíble porque se reinsertó en el circuito como si su para hubiese sido de seis semanas y no de seis meses. A cualquier jugador le habría costado un año o más recuperar su nivel, a Federer le demandó un par de torneos. Excepcional.
Nadal, a su turno, tiene el mérito de seguir intentando reencontrarse con su mejor estado de forma. Para ello, contrató a Carlos Moyá y ha aplicado ciertos cambios visibles en su juego. El mallorquín ya no es el jugador que mejor defiende en el tour, su hasta hace unos años incomparable defensa dio paso a un tenis de ataque que tiene mejores días que otros. Cuando no está con confianza y sus tiros se quedan cortos se torna permeable ante sus rivales. Si la bola le corre puede ganarle a cualquiera.
Esta versión de Nadal, que no gana un major desde 2014, es más abordable para un Federer que a los 35 años tampoco tiene la movilidad de antaño. Si antes el mejor drive del suizo volvía convertido en una defensa profunda con top spin ahora puede que muchas respuestas de Nadal pasen la red como un slice. ¿Resultado? Puntos más cortos, menor desgaste para Roger y una opción real de dominar el trámite en lugar de ser sometido por ese infernal derecho con rosca sobre su revés.
Definitivamente, nada garantiza la finalísima que estamos esperando, pero si el guionista de esta historia está del lado de los millones de fanáticos del tenis en todo el mundo ojalá Federer y Nadal protagonicen el duelo del domingo en Melbourne. Es que el tiempo avanza inexorable y cada vez hay menos oportunidades para ver en escena la mayor rivalidad de todos los tiempos. Así sea.