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Un final hermoso y terrible

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Una misma persona no puede ser hincha de Colo Colo y de la U, así como a uno no pueden gustarle las películas de Martin Scorsese o Lars von Trier y después disfrutar de “Sin filtro”. Es inimaginable que alguien estuviera escuchando “The dark side of the moon” de Pink Floyd y cuando terminara colocara a Daddy Yankee, como es ridículo pensar que alguien leyera a Fiódor Dostoievsky y luego siguiera con Paulo Coelho. No se puede estar con Dios y con el diablo…

Pero hay algo que hasta hace unos años parecía prohibido y hoy se ve como algo absolutamente normal: ser fanático de Roger Federer y de Rafael Nadal al mismo tiempo.

En los tiempos en que ambos se encontraban a cada rato en las finales de los Grand Slams era imposible no tomar partido. La mayoría (y me incluyo) iba por Roger, por la sencilla razón que sentíamos que la belleza sublime de su juego merecía siempre el premio mayor. Había respeto, mucho respeto, por Rafa y nadie que sepa aunque sea un poquito de tenis podía desconocer sus enormes méritos, pero uno sufría cuando lo veía ganarle a Federer. Y hay que reconocer que por un largo rato el español lo tuvo de hijo al suizo.

Pero ahora que los dos son veteranos, que sabemos que no los veremos muchas veces más peleando arriba, la admiración por ambos es similar y visto así, la final del domingo en Australia es un sueño imposible que se terminó cumpliendo, pero al mismo tiempo una historia que inevitablemente tendrá un final feliz y uno triste para todos los fanáticos de este deporte.

Razones para querer ver levantar la copa a Federer sobran. Es el jugador que ha hecho realidad todas nuestras fantasías tenísticas y verlo con el trofeo en las manos a los 35 años y tras cuatro temporadas y media de sequía en majors sería, seguramente, un último capítulo insuperable de su fantástica saga.

Sería la oportunidad de sacarse un poquito la rabia de adentro ante tanto comentario odioso y ocioso escuchado en los últimos tiempos respecto a que estaba acabado, como si por ser el más grande no tuviera derecho a envejecer. Puede sonar un poco infantil, pero sería lindo que el domingo por la mañana lo primero que uno hiciera fuera poner en su muro de Facebook una foto enorme de Roger con los brazos al cielo y sólo dejarla ahí…

Pero Nadal también merece salir con el puño izquierdo en alto desde la Rod Laver Arena. Rafa es un campeón enorme, un tipo macanudo, el más querido entre sus colegas, un ejemplo en todo sentido. Rafa es… Rafa es un héroe y por eso también merece ganar.

Claro, es menos divertido ver jugar a Nadal que Federer, pero ahí está su gran mérito: que ha tenido una carrera admirable pese a no contar con la facilidad natural del helvético. Y, en todo caso, decir que es aburrido sería no entender nada de nada. La pasión que pone en cada bola ya hace que valga la pena verlo jugar. ¿Hay algo tan lindo como ver las genialidades de Roger? Sí, lo hay. Y es ver a un tipo que quiere ganar cada pelota, que tiene una rabia de vencer que le ha permitido ganar un millón de partidos que debió perder. Y ese es Nadal…

El invento de los mapuches e inmigrantes provocando incendios en el sur es parecido a los tantos que han tratado de enlodar a Nadal, dudando de su condición atlética fuera de todo parámetro y permitiendo a su perversa memoria selectiva olvidar que ha tenido varias lesiones gravísimas. Pero los que están adentro saben que Rafa es un campeón que tiene las manos limpias y eso le permite tocar el alma de los fanáticos.

Será, entonces, una ocasión hermosa y terrible al mismo tiempo. El lugar común invitaría a decir que va a ganar el tenis, pero seamos sinceros: quienes vamos a ganar somos nosotros, que nunca esperamos volver a ver algo así y esta madrugada del domingo volveremos a ver a Federer y Nadal en una final de Grand Slam. Como hace una década, como si nada hubiese cambiado...