Houston, la ciudad del Super Bowl y de los refugiados
La gran urbe del estado de Texas es la que más expatriados recibe. Muchos de ellos tendrán un papel importante que jugar en la organización del partido.
El refugiado que huye de una guerra, del hambre, de la miseria, de falta de libertad o de todo a la vez, que es como suele suceder, no cree en el sueño americano sino en el sueño a secas. Un lugar donde poder posarse y empezar de cero. Cuando lo que queda a tu espalda es tan atroz el llegar a un país diferente, donde no conoces a nadie, ni siquiera el idioma para explicarte, ya es una brizna de esperanza para soñar. Nueva York, Londres, Paris, Munich, Madrid... suena todo lo suficientemente bien como para abrazarlo, así que el destino ideal deja de ser el que se atisba en una película, en un documental o en un anuncio de empresa de viajes para ser, sencillamente, donde uno pueda empezar de nuevo: trabajar y tener techo y comida para los suyos sin miedo a ser asesinado cada día de tu existencia.
Parece fácil. Estamos tan inmersos en nuestro propio ombligo que nos parece fácil. El mundo está lleno de sitios así. Sin embargo, a unos llegan más refugiados y a otros menos. A otros, huelga decirlo en estos instantes, ninguno.
Una de las ciudades donde más expatriados y huidos de las guerras llegan es a Houston, Texas. Es la urbe norteamericana que más refugiados acoge. La inmensa mayoría de ellos provenientes de Oriente Medio. Iraníes, iraquíes, sirios... han optado por Houston a la hora de poner un primer pie en Estados Unidos.
Este domingo se jugará allí la Super Bowl. El acontecimiento deportivo supremo de un país que se vertebra en torno a sus raíces y tradiciones. Como todos. Y este encuentro es mucho más que el partido que decide el campeón de su liga más seguida: es un acto cultural y social esencial para entender lo que son. Y cientos, miles de refugiados serán protagonistas.
La Super Bowl de Trump y los refugiados
Los refugiados serán protagonistas en medio de una crisis migratoria abierta por su nuevo presidente, Donald Trump, que ha tomado la muy discutida medida de prohibir la entrada en su país de ciudadanos de otras esquinas del planeta, infinitamente más desfavorecidas, por el mero hecho de ser de allí. Sin más argumento. Sin más evidencia. Sin más culpa. Sin más juicio.
En el año 2016, cerca del 30% de los refugiados que pidieron vivir en los Estados Unidos lo hicieron en Texas y, de ellos, casi el 50% en Houston. La elección tiene que ver con que es una ciudad no demasiado cara y que, sin embargo, tiene mucho trabajo. La confluencia de diversos sectores productivos, entre los que destaca el petroleo o la industria aeroespacial, hace que también se requieran muchos empleados de servicios, que no requieren especialización inicial.
Pero no sólo eso. Hay una semilla histórica en este fenómeno que se retrotrae hasta los años 70, al final de la guerra de Vietnam. Miles de vietnamitas, huyendo de las represalias de su propio gobierno, aterrizaron en Houston. Ahí comenzó un efecto que hace que el 28% de la población de Houston provenga de unos 40 países distintos.
Es obvio que no se puede organizar la Super Bowl sin contar con ellos. Es más, la mayoría de trabajadores en la seguridad, la alimentación o la creación y mantenimiento de las infraestructuras son refugiados. O lo fueron.
Nada de lo que veremos el domingo podría hacerse sin ellos. Nada de lo que sostiene el espectáculo supremo del calendario estadounidense se entiende sin la base de miles de personas que llegaron a ese país, a esa ciudad, sin saber el idioma, sin conocer a nadie y con la única certeza de que el sueño estaba delante y la pesadilla detrás.
Esta Super Bowl LI es la Super Bowl de Donald Trump. Todo, ahora mismo, parece ser de Donald Trump. Para bien y para mal, para las protestas, para las explicaciones, para las decisiones, para la polarización extrema en la que se ha sumido occidente. Pero, mientras todo eso se discute, no se debería olvidar que no estaríamos viendo un partido de football, que eso y no otra cosa es lo que nos llevará a Houston, sin el trabajo y el empeño por un sueño de miles de refugiados.