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Qué marcado contraste entre el fútbol que Colo Colo exhibió el miércoles y el del domingo. El estadio fue el mismo, el rival no. Contra Audax Italiano, el equipo dirigido por Pablo Guede se impuso en todas las líneas, penetrando la zona de los zagueros con las diagonales de Paredes, la aparición por sorpresa de los volantes y los pelotazos filtrados de Morales. Muy fácil.

El miércoles, el cuadro albo intentó casi lo mismo. Meter pelotas filtradas, picar en diagonal, aparecer por sorpresa desde la línea de volantes. Pero, claro, Botafogo le tapaba al lanzador, el volante que picaba siempre se encontraba con dos rivales para estorbarlo y Paredes no pudo contra zagueros centrales rápidos, aplicados y con gran poder de recuperación.

Pocos días antes, en Santa Laura, el goleador albo metió un enganche de zurda ante Domínguez, quien pasó de largo, y definió con un cañonazo frente a un desprotegido Sánchez. En la noche de la Copa Libertadores intentó hacer lo mismo ante un recio defensor carioca. No tuvo opción, la pelota quedó limpiamente en las piernas del rival.

Ya no es casualidad. En los últimos años, desde la U de Sampaoli, cada vez que un equipo chileno debe enfrentar el desafío en la Libertadores o la Sudamericana, es casi una hazaña no salir volando en primera ronda. Por eso se celebra tanto lo de Palestino el año pasado o lo de Unión contra Cerro, aunque se trate de un modestísimo y tosco equipo de segunda línea en Uruguay.

A Colo Colo le alcanza, le sobra y se florea en el terreno local. Es el candidato número uno para imponerse en el Clausura tras la caída de la UC en Viña del Mar. Otra cosa, claro, es afuera. Ahí se enfrentan rivales aplicados, rápidos y con oficio. No se gana con la chapa, ni con cábalas absurdas, ni con discursos altisonantes para la galería. Hay que armar un equipo que compita en serio, contra rivales en serio.

Así es que, si las proyecciones internacionales continúan basadas en el campeonatito de acá, habrá que seguir bebiendo agua de los espejismos. Es decir, muriendo de sed.