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ALL STAR 2017

El rol del deporte para el renacer de Nueva Orleans

Después de sobrevivir al quinto huracán más mortal de la historia de EE UU, Nueva Orleans renace con un nuevo y fortalecido vínculo con sus equipos profesionales: Pelicans y Saints.

Nueva Orleans
Panorámica del Hornets Arena y el Superdome (a la izquierda) tras el paso del huracán Katrina por Nueva Orleans.
MARC SEROTAREUTERS

El deporte tuvo un rol más importante de lo que la gente piensa en la recuperación de Nueva Orleans. Yo estuve en el Superdome con los ojos empapados en lágrimas cuando los Saints jugaron su primer partido en el estadio después del Katrina. Fue un mensaje al mundo, un vehículo perfecto para demostrar que estábamos de vuelta”. Natural de Nueva Orleans, Kristian Sonnier ejerce de vicepresidente en las oficinas de turismo de una ciudad que de hecho está de vuelta (“casi completamente, la mayoría de la ciudad está totalmente reconstruida aunque en algunas zonas todavía queda trabajo por hacer”) después de aquella pesadilla apocalíptica que fue el Katrina, cuyo recuerdo se alarga sobre la ciudad como una cicatriz que solo se cierra con los testimonios de quienes consiguieron que emergiera de nuevo: “Nueva Orleans ha cambiado a mejor. Hay más gente joven, más emprendedora, más diversa… no se ha perdido nada de nuestras tradiciones y nuestra cultura pero ha habido un cambio positivo. Somos más tolerantes, estamos más unidos, más orgullosos de vivir aquí y de ser de aquí. Cuando estás tan cerca de perder algo y lo salvas, lo valoras mucho más”.

Incluso ahora, cuando el Mardi Gras acelera hacia el corazón de una fiesta que culminará el martes 28 y la comitiva de la NBA aterriza en todo su esplendor para el All Star Weekend 2017, el Katrina asoma como permanente recordatorio. Pero ya no tanto de fragilidad y devastación como de perseverancia, regeneración, orgullo y esa energía vital que emana desde el Barrio Francés. En las notas omnipresentes de su música, en el cruce de olores de sus restaurantes (más de 14.000 en toda la ciudad) y en el espíritu mestizo y portuario de una forma de vivir que es criolla e indígena, francesa y española pero también irlandesa, alemana, desde luego africana… Un 'melting pot' que cumplirá 300 años en 2018: “Eso a los europeos no os parece nada pero para Estados Unidos somos una ciudad vieja”, sonríe Sonnier, que recuerda en cuanto puede que, literalmente, no hay ningún sitio como Nueva Orleans. Y que el deporte ayudó a que la gente lo recordara: “Más de 100 millones de personas vieron por televisión aquel primer partido de los Saints en el Superdome en septiembre de 2006. En 2008 la NBA trajo el All Star y hemos tenido la Super Bowl en 2013, Final Four de baloncesto universitario tanto masculino como femenino… todos los grandes eventos del deporte estadounidense. Ha sido un vehículo fundamental. Mucha gente vio otra vez la ciudad por primera vez en esas retransmisiones”. Un vehículo fundamental: la Super Bowl 2013 dejó en caja casi 450 millones de dólares y el All Star Weekend 2008 unos 90. Y, economía directa a un lado, estos eventos (el All Star de la NBA volvió en 2014) bombardearon el país con una imagen positiva que devolvió un mensaje hermosamente amplificado: en 2010 Nueva Orleans lideraba el porcentaje de ocupación hotelera en Estados Unidos, en 2014 por el aeropuerto Louis Arsmtrong pasaban ya más pasajeros que antes del Katrina (10 millones), en el Mardi Gras de 2009 se volvió a superar el millón de visitantes y para este año o el próximo se espera que se rebasen los 10 millones de turistas. Eso supone casi 7.000 millones de dólares en las arcas de la ciudad pero supone sobre todo, y hay que recorrer sus calles para entender hasta punto esto es importante, regresar a volúmenes similares a los de antes de ese maldito mes de agosto de 2005. El de la devastación.

Chris Bosh, Dirk Nowitzki, Steve Nash, Jason Kidd y LeBron James, durante el All Star de 2008.
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Chris Bosh, Dirk Nowitzki, Steve Nash, Jason Kidd y LeBron James, durante el All Star de 2008.TIMOTHY A. CLARYAFP

El Katrina, que obviamente aquí sigue siendo mucho más que aquella estremecedora visión de más de 26.000 personas sobreviviendo a duras penas en el maltrecho Superdome, fue muerte, pobreza, dolor y asco. “No una catástrofe natural sino un fallo de infraestructuras”, como denunció después del alcalde Mitch Landrieu. Los planes de contención, evacuación y finalmente rescate no estuvieron bien ejecutados. Y las presas de contención del agua fallaron, jaque mate para una ciudad en la que solo la parte antigua está construida por encima del nivel del mar, con hasta 53 brechas que propiciaron la mayor parte de los daños y que se debieron, entre otras razones, a un ahorro de unos 100 millones en su construcción que, por ejemplo, hizo que su altura fuera casi diez centímetros menor de lo realmente recomendable. Finalmente las heridas sociales (a George Bush no le importan los negros”, gritó en un concierto Kanye West), las sospechas, las denuncias y el neologismo Katrinagate como aspirante a palabra del año en 2005, precisamente antes de que Katrina fuera sustituido por Katia como posible denominación para huracanes. Ya no se podía utilizar porque se había convertido en sinónimo del más absoluto horror desde que irrumpió, tras nacer en las Bahamas, a través de Buras-Triumph en las costas de Luisiana el 29 de agosto de 2005, como huracán de categoría 3 y con vientos de más de 200 kilómetros por hora. El más costoso (108.000 millones de dólares de pérdidas) y el quinto más mortal (el que más desde Okeechobee en 1928) de la historia de Estados Unidos.

El agua se adentró hasta veinte kilómetros tierra adentro. El 80% de Nueva Orleans quedó inundado y 1,3 millones de habitantes del área metropolitana fueron evacuados. La cifra de muertos totales (Florida Mississippi….) superó los 1.800, más de 1.500 de ellos en Luisiana (más de 1.100 relacionados de forma absolutamente directa con el cataclismo), donde sigue habiendo más de un centenar de desaparecidos. Hasta 230.000 kilómetros cuadrados (el 45% de la superficie de España) fueron declarados zona catastrófica; se hundieron puentes y se dañaron autopistas, más de tres millones de personas se quedaron sin luz y el aeropuerto no recuperó una actividad normal hasta octubre. 215 cuerpos fueron encontrados en hospitales, los presos fueron abandonados a su suerte en las cárceles y los cadáveres flotaron durante días en las calles, imposibles de identificar una vez recuperados. Un horror al que siguió la miseria: un millón de personas tuvo que dejar el Golfo de México, la mayor diáspora de la historia de Estados Unidos. Se repartió por los cincuenta estados del país y al menos la mitad (unos 18.700) de sus códigos postales. Hubo tiroteos y suicidios y 204.000 casas quedaron muy dañadas o totalmente destruidas; Un tercio de los desplazados padecieron después síndrome post traumático y más de un cuarto, depresión. En 2006 Nueva Orleans tenía unos 200.000 habitantes, menos de la mitad que un lustro antes. Y un año después contaba 12.000 personas sin techo en sus calles, casi uno por cada 25 habitantes en el ratio más alto del país. La gente regresaba, pero más lo blancos que los negros (que son mayoría en una ciudad a la que llegan cada vez más hispanos y asiáticos) y la pregunta entre dientes era hasta qué punto se seguiría midiendo la recuperación solo en función de cómo de más ricos se estaban haciendo los que nunca habían dejado de serlo.

Devastación

El 80% de Nueva Orleans quedó inundado y 1,3 millones de habitantes fueron evacuados. [...] sigue habiendo más de un centenar de desaparecidos

Casi 8.000 miembros de la Guardia Nacional estuvieron desplazados en Nueva Orleans, donde se necesitaron 43 días para desviar todo el caudal de un agua ya absolutamente contaminada hacia el lago Pontchartrain. Hasta el 5 de septiembre no empezó a regresar el suministro eléctrico, pasaron otras dos semanas hasta que comenzaron a reactivarse las actividades comerciales más básicas y las banderas ondearon a media asta en todo el país del 2 al 20 de septiembre. El Katrina: ese “estar a punto de perderlo todo” al que se refiere Kristian Sonnier y que obligó a que cada gesto, cada punto de apoyo y cada símbolo fueran importantes. Y el deporte lo fue. Como instrumento de unión, motor económico, aglutinador de ilusión… como lo que es en su mejor versión. Los Saints de la NFL, que habían estado jugando en San Antonio y Baton Rouge durante el forzado exilio, siguieron en la ciudad aunque hubo rumores de traslado. Y fueron campeones de la Super Bowl 2010, otro abrazo entre Nueva Orleans y el mundo.

Y los Pelicans se enraizaron en el corazón de la ciudad e incluso asimilaron en 2013 ese nombre que es el del pájaro identificativo de Luisiana pero también el de la resistencia, ecológica y espiritual, contra las calamidades: el Katrina y los vertidos de petróleo de 2010: “Estamos orgullosos del equipo, de que un jugador como Anthony Davis sea feliz aquí y haya dicho tantas veces en público que no se quiere marchar. La ciudad tiene una relación muy especial con él, es una afición tan fiel como la que más en la NBA”, termina Sonnier.

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MIKE BROWNEFE

Nueva Orleans tiene una relación profunda con sus Pelicans… y con la NBA, que ahora ha traído a la ciudad el tercer All Star Weekend en una década, desde que David Stern quiso demostrar al mundo en 2008 que estaba lista para volver a los escaparates más rutilantes. Y más exigentes: recado a turistas e inversores. La jugada funcionó. Como blindar durante el traslado obligatorio a Oklahoma City (2005-07) la continuidad de la franquicia en Nueva Orleans cuando para algunos era un caso perdido. Como los Saints, los todavía Hornets vivieron sus mejores años justo después de la catástrofe, cuando (2007-08) con Chris Paul al mando parecieron durante algunos tramos de la temporada el mejor equipo de la NBA, ganaron su primer título de Division y se vieron después sorprendidos por el colmillo retorcido de los Spurs en el séptimo partido de las semifinales del Oeste. Durante esa ausencia de dos temporadas, los Hornets (con un enorme éxito de asistencia donde muchos vaticinaron una costalada histórica) volvieron a jugar nueve partidos a Nueva Orleans, cuidando y fortaleciendo el vínculo con su ciudad cuando otros sencillamente lo hubieran dejado sumergirse en las aguas de la catástrofe después, además, de tener que gestionar el traslado en menos de seis semanas de toda la franquicia a Oklahoma City: cuerpo técnico, jugadores y unos 90 empleados de los cuales doce decidieron no mudarse. Pero acabó siendo otro de los muchos aciertos que iluminan la etapa Stern, uno cuya historia continúa ahora, a caballo entre el Smoothie King Center y el mítico Superdome, con la celebración del All Star Weekend 2017 en Nueva Orleans. 299 años de historia, más de once de ellos después del Katrina.