Los Spurs aplastan a los Rockets y ahora van por los Warriors
Los Spurs se meten en finales de conferencia sin Kawhi Leonard y se medirán a los Warriors por un puesto en las Finales.
Nunca en mi vida he visto una exhibición de baloncesto semejante. El sexto partido entre Spurs y Rockets dejó sin palabras a medio mundo y conmocionado al otro medio. Jugar al baloncesto es una cosa. Entender el juego, otra. Y lo que hacen los Spurs no es una opción para el resto de los mortales. 20 años de playoffs y victorias, 10 finales de conferencia, cinco anillos y siguen sorprendiendo a todo aquel que decide dedicarles unas horas de su vida. Qué escándalo de partido. Qué escándalo de entrenador. Qué escándalo de franquicia. Empezamos.
Sin Kawhi Leonard sobre la madera (recuperándose de las lesiones que sufrió en el quinto), esperábamos un buen partido de los Rockets y un séptimo para el domingo. Los Spurs tenían otras ideas... Con un plan sencillo en ataque, paciencia y un nivel de ejecución al alcance de muy pocos (o ninguno), los visitantes tiraron de defensa, centímetros, experiencia y baloncesto. Mucho baloncesto. Fueron infinítamente superiores desde el salto inicial y, con una nueva lección al mundo NBA (esta particularmente impresionante por el quién y el cómo), ya piensan en los todopoderosos Warriors y en unas Finales de Conferencia que son quimera para el 90% de los equipos pero norma para el bueno de Popovich. Qué mito...
Contra un equipo de 55 victorias con un Plan A que sobre el papel no les podía ir peor, fuera de casa y ante una de las grandes superestrellas de la Liga en James Harden. Todo sin su propia superestrella, con los 39 de Ginóbili, los 36 de Gasol, un base titular que no es titular (Mills por Parker), la sombra de LaMarcus Aldridge, un rookie (Murray), un jugador que no tendría sitio en ninguno de los otros 29 equipos (Kyle Anderson), un tirador venido a menos (Green) y un undrafted que tuvo que pagar en su día 150 dólares para que le hicieran hueco en una prueba de la D-League. Te deja sin palabras.
Atrás, el foco fue Harden (se quedó en 10 puntos en el partido más importante de la temporada). Manos arriba de unos exteriores de sobresaliente para evitar contactos y pasos hacia su propia canasta de los grandes para medirse a La Barba solo a medio palmo del aro. Evitar los tiros libres y obligar al base a confiar en que sus tiradores ganaran el partido. Después, tras balón doblado, rotaciones rápidas para tapar esquinas y permitir solo el triple frontal de ocho metros o el tiro de media distancia que los Rockets llevan ignorando toda la temporada. El plan es perfecto. La ejecución, otro nivel.
En ataque, vamos a hacerlo fácil que no nos sobra ni un punto. Balones dentro porque siempre hay un emparejamiento favorable (Aldridge o Gasol vs Harden, Ariza o Anderson) y jugamos a partir de la inteligencia y la capacidad anotadora de nuestros postes. Un Gasol más pasador (10+11+5+3) y el Aldridge de los mejores días en Oregón. El español fue el escudero perfecto de un killer hasta ayer desaparecido que se echó al equipo a la espalda. Tirar rápido y siempre por encima del defensor porque siempre tiene ventaja (su lanzamiento siempre fue indefendible). Así hasta los 34 puntos (12 rebotes y 16/26 en los tiros). Imparable.
Por fuera, las ganas y la agresividad de Simmons (18, defensa excelente y clave en el arranque), la inocencia que desborda talento de Murray (11+10+5+2 para un rookie que ya no es tan rookie) y mucho, mucho, mucho IQ. Patty Mills y Danny Green están haciendo salvajadas de las que no se ven en las estadísticas. Salvajadas de puro baloncesto.
Vamos a tardar mucho tiempo en entender la magnitud real de lo que ocurrió ayer en el Toyota Center. Mucho tiempo en comprender qué significa lo que ha conseguido Gregg Popovich esta temporada con este equipo.
Lo de ayer fue una lección muy especial, dedicada al bueno de Kawhi. Una nueva lección al mundo del baloncesto. Una nueva lección de los eternos San Antonio Spurs.