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El Ángel de la gente

Actualizado a

Ángel Guillermo Hoyos es un agradecido. De la vida y del fútbol. No es un simple discurso para caerle bien a la prensa y congraciarse con el medio. Es su filosofía.

Cuentan que el argentino constantemente da las gracias. A sus jugadores, por el esfuerzo. A los dirigentes, por darle todas las facilidades para trabajar. A los funcionarios, por cumplir con su silenciosa y relevante labor día a día. Y a los hinchas, por llenar el estadio.

Pero Hoyos también es un personaje misterioso. Apenas ha dado luces sobre su cruda vida. Se sabe, a grandes rasgos, que tuvo que dormir en la calle y lustrar zapatos para poder sobrevivir después de perder a su padre a los 17 años.

Futbolísticamente tampoco se ha confesado. Son pocos los conceptos concretos que ha dado sobre su filosofía, su esquema ideal o el funcionamiento concreto que busca de sus equipos.

Es un entrenador atípico a lo que vemos en Chile. Muchos vendieron humo frente a un micrófono y prometieron un Picasso para después apenas mostrar en la cancha un dibujo con témpera a medio terminar y hecho con poco cariño.

Hoyos quiere que sus equipos hablen en la cancha, por sí solos, sin necesidad de explicaciones. Y así lo ha hecho. Todos saben cómo juega la U y cuáles son sus virtudes, sin la necesidad de haber presenciado alguna charla magistral del entrenador. Eso lo han hecho pocos.

Después del título, las gracias le llegan de vuelta. De los jugadores, por devolverles la confianza y hacerlos sentir importantes dentro y fuera del campo; de los dirigentes, por su ética de trabajo y responder a la confianza depositada en él; de los funcionarios, por la humildad reflejada en su trato diario.

Y de los hinchas, claro. Porque la U volvió a jugar bien. Volvió a tener jugadores con quienes identificarse. Volvió a generar expectación e ilusión. Y volvió a levantar una copa.