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Reencuentro con un viejo amor

Lucho Ayala llegó dos veces a la final de singles a fines de los 50. Jaime Fillol y Patricio Cornejo accedieron a la final de dobles en 1972 y, una década más tarde, Hans Gildemeister y Belus Prajoux repitieron la gracia. Fernando González fue semifinalista en singles y Marcelo Ríos, quien durante un lustro fue serio candidato al título, alcanzó los cuartos de final en 1998. Ese mismo año, el Bombardero de La Reina ganó el torneo juvenil en singles y dobles, en tanto que Christian Garin obtuvo el título individual junior con 17 recién cumplidos, dando un año de ventaja. Como se ve, el romance de Chile con Roland Garros es antiguo. Y posiblemente será eterno.

El triunfo de Nicolás Jarry sobre Reilly Opelka, quien seguramente será el reemplazante de John Isner e Ivo Karlovic en la categoría de los gigantones cañoneros del ATP, es mucho más que un resultado, puntos para el ranking y premio en dinero. Es el acceso del nieto de Jaime Fillol a las ligas mayores y, al mismo tiempo, el reencuentro de los chilenos con su torneo favorito. Es el Grand Slam de la tradición, el glamour y la competencia física extrema. Allí los poderosos servicios no son una ventaja insalvable y los duelos se emparejan gracias a ese polvo de ladrillo parisino que, según quienes han jugado allí, no tiene nada que ver con la arcilla del resto del planeta. En ese lugar se requiere, fuerza, talento, muñeca y mucha resistencia física.

Andre Agassi y Roger Federer pasaron a ser inmortales cuando lograron ganar el esquivo Roland Garros, la joya del Grand Slam que les faltaba. Y otras leyendas, como John McEnroe, Jimmy Connors, Ivan Lendl y Boris Becker, jamás pudieron obtenerlo.

La generación dorada del tenis hizo que el Abierto de Francia fuese parte de la cultura nacional. Transmisiones televisivas con ratings históricos, coberturas de radios y diarios con enviados especiales permitieron que nombres como Philippe Chatrier, Suzanne Leanglen o Bois de Boulgne quedaran en el insconciente colectivo. Y, pese a que desde hace siete años que un chileno no aparecía en el cuadro de singles del torneo, esos nombres vuelven a sonar como habituales. Como si la interrupción hubiese sido solo de un par de días.

Este logro de Jarry le da a la nueva generación de tenistas nacionales, aquella que durante mucho tiempo ha debido cargar con la pesada mochila de la comparación con Ríos, Massú y González, un impulso significativo, tanto en lo deportivo como en lo simbólico. Estar en Roland Garros es otra cosa, porque ese viejo amor de los chilenos no se olvida.