Il Capitano Totti y su amigo
Hacerse amigo de Totti…
Ese era el consejo que recibía cualquier jugador que llegara a jugar a la Roma durante la década pasada y también fue lo que le dijeron a David Pizarro cuando firmó por los Giallorossi en el verano europeo de 2006.
Totti era hacía rato el amo del equipo de la capital de la península y ser próximo de Il Capitano, Il Re di Roma, garantizaba entrar por la puerta ancha a un club en el cual siempre es difícil ser aceptado. Y Pizarro siguió el consejo al pie de la letra: al poco tiempo de llegado a Roma, el porteño formaba parte del círculo íntimo de Totti, al punto de que se iban a jugar tenis juntos. En enero de este año Pizarro pasó por Roma, fue a un entrenamiento de su antiguo club y Totti casi lo estranguló del abrazo que le dio.
En la cancha también eran socios. Se entendieron desde un comienzo y ayudaron a la Roma a levantar tres copas en los cinco años y medio que jugaron juntos. Pero hubo algo que Pizarro no aprendió de su amigo: la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, la consecuencia entre discurso y acción.
Porque así como el domingo asistimos a la inolvidable despedida de Totti en el Stadio Olimpico de Roma, vistiendo la camiseta del único club en el que jugó durante su carrera, rechazando ofertas millonarias de clubes de la talla de Real Madrid y Barcelona en su mejor momento, ocho días antes fuimos testigos de un lamentable espectáculo por parte de su amigo.
Tras ganar un título que no esperaba con Universidad de Chile, Pizarro aprovechó los micrófonos para hablar pestes de Wanderers, con declaraciones que cayeron como una bomba atómica sobre la hinchada porteña, que todavía no puede creer lo que vio esa tarde por televisión, con su ex ídolo vistiendo a toda su familia de azul.
Pizarro dijo que en Wanderers conoció “gente mala”, que lo pasó mal. Yo estaba en el estadio la tarde de septiembre del 2015 cuando volvió a vestir la camiseta verde y todos los que estábamos esa tarde en el estadio estábamos ahí por Pizarro. Hasta hace pocas semanas no era raro ver todavía por las calles del Plan porteño a gente con la polera de Wanderers y el nombre del volante en la espalda. La municipalidad lo nombró Ciudadano Patrimonial de Valparaíso… Acá siempre recibió cariño, soy testigo de ello.
Podría haber dicho “los dirigentes me trataron mal”, pero ni siquiera eso habría sido justo. Hay consenso entre los hinchas del decano que la llegada de la actual concesionaria es la tragedia más grande que ha vivido Wanderers en sus 125 años de historia, pero la verdad es que no se puede culpar a los encargados del club del nefasto paso de Pizarro por el Puerto y su aún más ignominiosa partida.
Pizarro necesita que le refresquen la memoria: se le olvida que apenas unos días antes del debut de Wanderers en el Apertura 2016 renunció al equipo sin que nunca se supiera bien por qué. Poco después se empezó a decir que tenía ofertas de Colo Colo, Universidad de Chile y hasta Talleres de Córdoba, pero ninguna prosperó y entonces trató de volver a Wanderers. Obviamente, los dirigentes le dijeron que no. Tan desubicado parece el llanto de Pizarro que hasta Jorge Ormeño, quien sí fue maltratado por los dirigentes y tiene razones para estar con rabia, lo criticó.
Ya el 2001, cuando vino a Chile a préstamo por un semestre, Pizarro prefirió la U a Wanderers, porque los santiaguinos jugaban por la Libertadores. Pasó sin pena ni gloria por el cuadro azul (jugó apenas seis partidos), mientras que Wanderers fue campeón ese año. A veces el destino es justo…
Cuando hay amor hay disposición al sacrificio y hay fidelidad. Totti lo entiende así. En el Madrid o en el Barça habría ganado más plata y títulos que en la Roma, pero él prefirió quedarse.
Para Pizarro las cosas funcionan de otra manera: antes de volver a Valparaíso en 2015 exigió un altísimo sueldo, la conformación de un plantel que peleara el título y hablaba a diario con periodistas porteños para cerciorarse que valía la pena venirse. Cuando hay amor, uno se lanza a la piscina con o sin agua. Pizarro no, él no da puntada sin hilo.
Durante su estadía en Valparaíso, además, vivió tirando mala onda: se quejó de tener que ir a entrenar a Mantagua, de que no se podía tratar bien sus interminables lesiones, que quería volver a Italia…
“Pizarro hizo lo que cualquier tipo cuerdo habría hecho: irse a la U, donde tenía más posibilidades de ser campeón que en Wanderers”, me dijo el otro día un amigo evertoniano. Claro, tiene razón. Nadie discute el derecho de un jugador profesional a optar por el club que le ofrece mejores posibilidades económicas y deportivas. Lo que se critica es la demagogia, el usar a un club, el manosear a sus hinchas, el no contar las cosas como realmente fueron. El declarar amor eterno y luego caer en la infidelidad a la primera de cambio.
Pizarro tenía la oportunidad de convertirse en el máximo referente histórico de Wanderers, más que Elías Figueroa, incluso, a quien casi nadie vivo vio con la camiseta verde. Pudo haber sido campeón con Wanderers el 2001, pero la verdad es que los hinchas ni siquiera le habrían exigido un título. Simplemente querían verlo retirarse jugando en el equipo que él mismo ha dicho amar.
Queda claro: Pizarro es amigo de Totti, pero nunca será como Totti.