Hernández
¿De Mallorca o Marte?
A mediados de los años 90 el mundo del tenis se inclinaba ante el entonces Rey de la Arcilla, Thomas Muster, un austríaco que como muchos de ustedes recordarán era una verdadera bestia en las canchas lentas. Musterminator revolucionó el juego sobre clay con una exuberancia física pocas veces vista hasta ese momento. Encadenó 40 triunfos consecutivos, ganó Roland Garros 95 y fue número uno del ranking ATP por seis semanas, las mismas que Marcelo Ríos.
En la historia del tenis moderno, al igual que Muster hubo otros grandes arcilleros. Bruguera, Ferrero, Costas, Moyá y varios aún más notables como Vilas y Guga Kuerten. Eso sin contar a Djokovic y, especialmente, a Federer dos todoterreno que supieron ganar los 4 grandes en distintas temporadas. Todos, unos cracks, que tienen bien ganado su lugar en la historia.
Este breve recuento excluye al más grande de todos en polvo de ladrillo. El verdadero Rey de la Arcilla: Rafa Nadal quien este domingo en Paris conquistó su décimo Roland Garros apabullando a Stanislas Wawrinka. Es que el mallorquín está fuera de concurso, saca demasiada ventaja, orbita otro universo. Diez títulos en Bois de Bulogne constituyen una marca descomunal, inigualable. Quizá Borg con sus seis coronas pudo establecer un registro parecido pero decidió retirarse a los 26 años e irse de fiesta.
En mis 13 coberturas en Paris, nunca olvidaré un punto entre Nadal y David Ferrer en los cuartos de final de 2005. Rafa tenía el partido en el bolsillo, ganaba 7-5, 6-2 y 5-0 y estaba arriba 30-0 con su saque. Lo recuerdo con particular nitidez porque había subido desde la sala de radio a la tribuna de prensa para ver cómo el joven español que irrumpía con fuerza en el circuito cerraba su partido y se metía en semifinales. Ferrer dominaba la jugada, abrió a Nadal con un revés angulado que lo obligó a correr fuera de la cancha, mucho más allá de la línea de dobles, prácticamente hasta donde terminaba la arcilla junto a una jardinera. Rafa llegó a duras penas y dejó la pelota a mitad de cancha, Ferrer al verlo botado, lejísimo, jugó una corta. Ningún jugador en sus cabales, ganando con extrema facilidad, hubiera corrido ese drop shot. Nadal lo hizo y picó en diagonal a más no poder. Increíblemente alcanzó a pegarle a la bola con un bote, pero perdió el punto. Fue el último que ganó el valenciano porque Rafa abrochó el match con un categórico 6-0.
Aquel día de junio, hace 12 años, comprendí que estábamos en presencia de un jugador distinto, un tenista voraz que no estaba dispuesto a regalar nada, un deportista que si podía arrollar a su rival lo hacía aunque fuera su amigo como Pico Mónaco o sus socios del equipo español de Copa Davis. 2005 fue la temporada de su primer título en la Ciudad Luz pero aquel sello, más allá de sus lesiones y ciertos baches en su juego se mantuvo inalterable todos estos años.
Nadal siempre ha dicho que Federer es mejor que él y aunque esa definición genera un amplísimo consenso, Rafa le ganó 23 de los 37 partidos que disputaron y sus números en arcilla son incomparables. Con su nueva victoria en el Philippe Chatrier, el mallorquín llegó a 15 títulos de Grand Slam, quedó a tres del suizo y logró desprenderse de Pete Sampras con quien estaba empatado en la lista de los más ganadores en torneos de esta categoría.
Rafa no solo quedó como escolta exclusivo de Federer sino que se demostró a sí mismo que después de tres años y once intentos fallidos podía volver a ganar un Grand Slam. El mallorquín probablemente seguirá a la sombra del suizo que encandila con sus registros, elegancia e inigualable facilidad para pegarle a la bola, pero cuidado porque el campeón de Roland Garros 2017 es cinco años más joven y está en condiciones de seguir ganando torneos.
De seguro, por la forma que tiene de jugar, Nadal difícilmente sostendrá su nivel hasta los 35 años o más como Federer cuya exquisita técnica le alarga su vida útil como tenista de elite. Pero Rafa está más vivo que nunca y haciendo gala de un despliegue físico extraordinario muy parecido a aquel mozalbete que en 2005 corrió esa corta imposible ante Ferrer.
El clásico de clásicos, la madre de todas las batallas entre Federer y Nadal volverá a verificarse en Wimbledon ahora entre los dos máximos campeones de Grand Slam. Nadal se deshizo de Sampras y, como dirían en la península ibérica, va a por todas. Bien por el tenis y los afortunados que podemos gozar con esta magnífica rivalidad. A disfrutar mientras dure.