Arreglen el VAR
El espíritu del fútbol tiene dos principios: simpleza y democracia. Con dos piedras armas una portería. Y con cuatro, una cancha. Lo pueden jugar todos y las reglas, salvo el fuera de juego, son simples: gana el que más veces la emboque en el arco de enfrente.
Los goles son cada vez más escasos. Por eso se celebran tanto. Y cuando son muchos, se festejan igual. Basta que la pelota traspase la línea para que el grito sea instantáneo. Si toca las redes, provoca placer. Y si las infla, te lleva al éxtasis. Es la magia del fútbol. O su esencia, como les gusta decir a los jugadores que critican al Video Asistente del Réferi (VAR). Para ellos, el VAR le quita la esencia, el alma, el espíritu y todo esos intangibles que bien se podría resumir en un concepto: magia.
No tiene ninguna gracia que el relator radial deba esperar un minuto para pegar el alarido que lo identifica. O los jugadores deban quedar, como dicen en el campo, al aguaite antes de dar el salto con el puño al cielo. Y los espectadores, con la misma inquietud de un loro parado en un alambre, antes de que les digan si fue gol o no. En una final de Copa del Mundo o en un partido por el descenso, a más de alguien le podría dar un infarto.
El VAR, así como está hoy, mata esa magia del fútbol. La asesina despiadadamente porque está mal hecho. Lo dijo Marcelo Díaz: "Si van a implementar algo, que sea para beneficiar al fútbol, no para echarlo a perder".
Jean Beausejour ironizó con la NFL: "Nos agregan dos cuartos, el show y somos fútbol americano". Nunca llegará a serlo, porque en el football el video juez funciona bien. O mejor que en el balompié.
De partida, no se ocupa cada vez que hay un touchdown. Y, al igual que los challenges del Ojo de Halcón del tenis, lo pide el jugador o el equipo adversario. Si hay un error, se rectifica el fallo. Si no, pierden la opción de seguir retando las jugadas dudosas en el tenis o les quitan un valioso tiempo de descanso en el football. O sea, hay que pensarlo dos veces antes de solicitarlo y generar la interrupción. Hay premio, pero también castigo.
La FIFA ha sido clara en decir que el VAR llegó para quedarse. Si es así, hay que arreglarlo. Arturo Vidal le reclamó al juez del partido contra Camerún que la jugada no se repitió en la pantalla del estadio. Es decir, decidieron los de la caseta por él. ¿Y si en ese momento un sicario de las mafias de las apuestas le ponía una pistola en la cabeza a los videojueces? Imposible saberlo, porque están a oscuras.
También hay un desprecio por el espectador que asiste al estadio. El juez dibuja un cuadrado en el aire, un movimiento surrealista que conlleva un mensaje: "Prepárate, lo descabellado podría ocurrir ahora". En la NFL, en cambio, el árbitro tiene un micrófono y le explica a la multitud del estadio qué diablos está cobrando o corrigiendo.
Hay que arreglar el VAR. Ojalá les quede bueno y que lo hagan de una vez por todas, porque el gallinero está muy revuelto.