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Más allá de los matices y la subjetividad de todo análisis futbolero, hay que establecer una definición basal: Chile cumplió satisfactoriamente ante el campeón del mundo. El balance es claro, la Roja dominó con amplitud en la primera media hora, pudo aumentar el marcador, bajó la intensidad en el complemento y acusó el desgaste natural de un partido de altísimo vuelo. El equipo de Pizzi respondió a su condición de bicampeón de América y fue protagónico mientras las piernas y la reacción germana lo permitieron. El empate no desmerece la actuación de la Roja.

Si bien es un dato de la causa que Alemania presentó una formación alternativa, ya que varios de sus cracks figuran de vacaciones repartidos por el mundo, Chile igualmente enfrentó a un elenco sólido, compuesto por destacadísimos jugadores de la Bundesliga y otros equipos europeos de primera línea. Joachim Low tiene materia prima para armar dos selecciones competitivas y ésta es una de ellas. Sigue siendo el campeón del mundo.

Es evidente que el conjunto germano sería otro con Neuer, Kroos, Ozil, Sane, Reus, Hummels, Gundogan, Boateng y Muller, pero sus ausencias tienen un sentido estratégico. El verano boreal es la última posibilidad de los máximos referentes de la Mannschaft para tomar vacaciones antes del mundial de Rusia. Los jugadores de la Roja, en cambio, más allá de las facilidades de los clubes para integrarse después del inicio de sus pretemporadas, están compitiendo por tercer año consecutivo en esta época.

Llama la atención cierta inconformidad con el resultado de este jueves. ¿O Chile no fue mejor que Alemania en los 90? ¿Acaso no quedó puntero y con la primera opción de ganar el grupo? Resulta singular que algunos vean el vaso medio vacío, enfaticen la merma física del equipo en la segunda parte y teoricen con que la Roja lo hubiera pasado mal ante la “verdadera” Alemania. No a lugar. Lo que pudo ser no forma parte del análisis. Los hechos mandan. Y lo concreto es que Chile jugó como un equipo de elite, top ten del ranking FIFA y candidato al título de la copa. A rato nos malacostumbramos con exigencias desmedidas.

En el primer tiempo Chile exhibió la convicción habitual, tuvo la pelota, profundidad por las bandas y generó riesgo en el último tercio de la cancha. En la retina queda la seguridad de Herrera, el buen partido de Isla y Beausejour, la claridad de Díaz y Aranguiz, el aporte táctico de Hernández, la entrega de Vidal y el desequilibrio de Alexis, el mejor de la cancha. Poco se puede reprochar en la jugada del empate alemán donde la Roja defendió con cinco jugadores y terminó padeciendo la notable combinación entre Can, Hector y Stindl.

Si bien la segunda parte supuso un partido parejo, friccionado, con alternancias en el dominio, la Roja nunca dejó de pensar en el triunfo. El empate le aseguraba el primer lugar, pero buscó con ahínco el segundo tanto. Y tuvo un mérito que cabe dimensionar como corresponde: Alemania le pegó al arco tres veces en todo el partido.

Como Chile está picando alto hace más de tres años tendemos a olvidar que por décadas tuvimos un estatus precario y que un empate con Alemania se hubiera celebrado como un gran acontecimiento. Esta vez quedamos con gusto a poco, pero esa sensación no debe distorsionar el análisis. Chile nunca será un equipo perfecto. ¿Qué selección lo es? La Roja tiene y tendrá flancos abiertos, adolece de altura, de dos jugadores por puesto del mismo nivel, de opciones múltiples para llegar al gol, pero a pesar de sus imperfecciones es un equipazo, con un gen competitivo único que lo hizo capaz de ganar dos copas América y, por qué no, este torneo.

Ahora, a mejorar y seguir creyendo. Que lo mejor puede estar por venir.