Hernández
Roger y Chile
Mayo de 2008. Fernando González y Roger Federer protagonizan un extraordinario entrenamiento en el court Phillipe Chatrier. Faltan pocos días para el inicio de Roland Garros y se están matando a palos en la cancha de arcilla más famosa del mundo. Este enviado especial y un par de curiosos más somos los únicos afortunados de presenciar semejante espectáculo. Feña y Roger juegan en serio, quieren ganar. De pronto un rally interminable, con más de 20 raquetazos por lado acaba con un espectacular winner a la carrera del suizo. “Este huevón es un superatleta”, suelta González entre incrédulo y risueño. El partido continúa, a todo dar, hasta que el Bombardero quiebra en el duodécimo juego y gana el set por 6-4. Acto seguido, se despiden amistosamente Fernando se acerca dónde estoy y dice con picardía “¿me gané un asadito, no?”.
González y Federer se conocen desde juniors y tienen una excelente relación. En 1998, una década antes de esta anécdota, lucharon punto a punto por el número uno del ranking mundial juvenil. Fernando ganó Roland Garros y Roger, Wimbledon. A fin de año, el suizo lideró la clasificación y Gonzo remató cuarto. Hoy, el chileno y la inmensa mayoría de los mejores jugadores de aquella generación como Andy Roddick, Lleyton Hewitt, David Nalbandián, Guillermo Coria o Juan Carlos Ferrero están retirados o jugando el tour para veteranos. Federer, a pocas semanas de cumplir 36 años, acaba de obtener su octavo Wimbledon y el decimonoveno major de su carrera. Impresionante.
Volviendo a aquel 2008 González gozaba de un gran estatus en el tour tras su final en Australia el año anterior. Todo el mundo hablaba de la derecha más letal del circuito y el mejor saque del tenis latinoamericano. Feña estuvo a la altura, ganó cuatro partidos, incluida una fenomenal remontada ante Stanislas Wawrinka, a quien venció en cinco sets luego de perder los dos primeros. Lamentablemente, Federer se cruzó en su camino y lo venció en cuartos de final por 2-6, 6-2, 6-3 y 6-4. Al igual que en aquel entrenamiento González ganó un set, con un juego notable, pero no le alcanzó. “Estoy decepcionado, Roger me dio algunas posibilidades”, comentó después. El suizo avanzó a semis y luego perdió la final ante Nadal.
Federer y González animaron una docena de enfrentamientos y grandes historias. Quizá la más dolorosa, además de la derrota en Melbourne, fue la fallida final de 2009 en Paris. Fernando no logró cerrar la semifinal ante Robin Soderling cuando tuvo ventaja de 4-2 en el quinto set. De ganar ese partido habría disputado una segunda final ante el suizo. Como se recordará, ese año Roger conquistó su único Roland Garros, un título de un enorme significado en su carrera. ¿Y si aquella final hubiese sido contra el chileno? Federer sabía que González podía ser tanto o más peligroso que Soderling.
Además de sus notables victorias ante Agassi en Washington 2003, Hewitt, Nadal y Haas en Australia 2007, Blake en Copa Davis y los Juegos Olímpicos de Beijing, el triunfo ante Federer en la fase de grupos del Masters de Shanghai de 2007 fue otro de los grandes hitos en la carrera del Bombardero. Un partidazo. Fernando se impuso en tres sets aunque quedó eliminado después de caer ante Roddick y Davidenko. El suizo, en cambio, ganó sus otros cuatro partidos y se adjudicó el campeonato. Un fenómeno.
Cuando en 2012 González puso fin a su carrera resignado por su lesión a la rodilla derecha los principales productores de eventos deportivos de la plaza sondearon la posibilidad de organizar un partido de despedida ante Federer. Los costos, superiores a dos millones de dólares, lo hicieron inviable. Pero Fernando preparó su adiós con calidad, en Miami, en la cancha central y con los saludos de los mejores tenistas del mundo. Federer fue uno de los más conceptuosos.
La cordial relación de Federer con González también lo era con Massú. Roger siempre admiró que el viñamarino hubiese sido capaz de ganar dos medallas de oro simultáneamente y más aún de la manera en que las obtuvo. Pocos lo recuerdan, pero en 2004, cuando Massú conquistó el título en Atenas, el suizo ya era número uno del mundo y participó del cuadro (perdió con Berdych). Para Roger los juegos olímpicos siempre fueron especiales y llevó con orgullo su bandera, al punto que lloró de emoción cuando se colgó la medalla de oro en dobles en Beijing.
Aunque con Marcelo Ríos compartió solo un lustro en el circuito Federer nunca se guardó elogios para el Chino. El suizo se impuso las dos veces que se enfrentaron, pero siempre fue un confeso admirador de su talento y, a mediados de la década pasada, aseguró que habría pagado una entrada por verlo jugar. Hace un tiempo, en la gala que conmemoró los 40 años de la ATP y reunió a todos los número uno de la era moderna, Ríos y Federer se fotografiaron, bromearon y conversaron animadamente. El Chino puede que no haya ganado nunca un Grand Slam y eso lo sitúe en un rol secundario ante la prensa especializada de Europa y Estados Unidos, pero goza del máximo respeto del mejor tenista de todos los tiempos.
Efectivamente, como dijo González en aquella primaveral tarde de mayo, Federer es un supertleta. Un jugador excepcional que fue capaz de superarse a sí mismo y sobreponerse, con 35 años, a cuatro temporadas y media sin ganar un Gran Slam. Jamás se rindió. Ni pensó en el retiro. Lo intentó infructuosamente 16 veces, cambiando de raqueta, entrenador y sistema de juego. Sabía que podía obtener un nuevo major y agrandar su leyenda. Siguió intentándolo. A una edad en que todos sus compañeros de generación estaban viendo los torneos por TV, corriendo en rally como Nalbandian o jugando en los seniors. Por eso, lo que el suizo ha hecho entre enero y julio de 2017 es tan colosal como asombroso. Único. Ganar Australia y Wimbledon con esta edad no tiene parangón, son actuaciones supremas, inigualables en el tenis moderno.
Federer, qué duda cabe, es mucho más que un extraordinario jugador de tenis. Está en el podio de los mejores deportistas de todos los tiempos. Y tiene una conexión especial con Chile porque en distintos momentos Ríos, Massú y González fueron destacadísimos miembros de su corte. Ojalá lo sigamos disfrutando. Aunque tenga que descansar 300 días al año y recuperarse en una piscina de hielo, como bromeó cuando le preguntaron sobre la posibilidad de llegar a los 40 años jugando tenis. Que sea lo que su físico y ganas le permitan. Desde afuera sólo podemos decir ¡Larga vida su majestad!