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El triste final de la Giostra del gol

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Hubo, hace unos años, una tradición. Levantarse temprano el fin de semana, poner el canal italiano RAI y esperar que ocurriera algo. Casi siempre pasaba. Con Marcelo Salas e Iván Zamorano como emblemas, la liga italiana se transformó en un lugar reconocido para el hincha chileno. De a poco fuimos adoptando el idioma, el debate del entretiempo que embellecía Ilaria D’Amico y una alarma, que sí hoy escucháramos, sabríamos perfecto que significa gol en otra cancha.

Italia era el lugar donde todos querían estar. Las maquinarias de la Premier, el Barcelona, el Madrid y el Bayern ya existían, pero los nuestros optaban siempre por el juego táctico de la Serie A, por la belleza de la península. Nos hicimos de la Lazio o el Inter, admirábamos al Milan o la Juventus, y seguíamos también al Udinese, el Bari, la Reggina, el Brescia o la Salernitana, según dictaba el mercado.

Antes del Mundial del 2010, y ya instalado en Udine, Alexis Sánchez confesaba en una entrevista que su sueño de niño era llegar al Calcio y jugar con Schevenko, su verdugo en el play station. Lo cumplió. También estaban Pinilla, Isla, Carmona, que llegaron para ocupar el lugar que por años fue de Mario Salgado, Jorge Vargas, Jaime Valdés o David Pizarro

Años más tarde, la gran campaña de Arturo Vidal en Juventus mantuvo vivo los relatos de infancia, los partidos en el Olímpico, San Siro o San Nicola. Es cierto que Italia ya había perdido el sitial del rico del barrio, y el escándalo de las apuestas provocó la salida masiva de sus figuras a la Liga o la Premier. Sin embargo, había algo que no cambiaba. Siempre era posible encontrar un chileno en la pantalla.

Este fin de semana comienza una nueva temporada, pero ya no queda casi nada de lo nuestro. Matías Fernández y Erick Pulgar son los únicos sobrevivientes en un campeonato que luce renovado, moderno, pero que ya no sentimos propio. El domingo al encender el televisor y buscar la Giostra del goal probablemente lo único que encontremos sea el paso del tiempo. Recordar nuestra propia infancia y sentir lo lejos que queda todo.