El puntete como expresión de arte
Dos eran las jugadas más recordadas de David Pizarro hasta el domingo 20 de agosto de 2017, a las 19:30. El doble enganche que dejó vuelto loco a Capdevila antes de sacar el centro que terminó en gol de cabeza de Rafael Olarra en el 3-1 contra España, por los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, y otro enganche en 180 grados, ante Brasil, previo al centro para el gol sin ángulo de Marcelo Salas, en el 3-0 camino al Mundial de Corea Japón 2002.
Las icónicas jugadas del Fantasista tienen como denominador común haber sido asistencias. Fue por eso que el domingo por la noche, 35 mil fanáticos de la U en Ñuñoa gozaron a rabiar cuando el "8" de la U recibió la pelota a 40 metros del arco, giró hacia su derecha e inició una loca carrera que no podía tener otro final que un gol. Y fue un golazo.
A medida que el porteño avanzaba, los fanáticos azules se iban parando de sus asientos. Cuando Omar Merlo y Valber Huerta le salieron al paso a la entrada del área de Huachipato, muchos esperaban que sorprendiera con una poco probable gambeta en velocidad o alistara el zapatazo de derecha. Ni lo uno ni lo otro. Pizarro, a la carrera y sin echar el pie atrás, que es lo que le advierte al arquero rival para comenzar a lanzarse, aplicó un perfecto puntete, fuerte y esquinado, quizás el único camino que quedaba para vencer al grandote Carlos Lampe.
Fue un golazo. Por la factura, por el momento, por el escenario, por lo dramático del partido, porque Pizarro nunca acostumbró a hacer ese tipo de goles y porque coronó una obra maestra con el más vilipendiado de los recursos del fútbol: el puntete.
Pegarle con la punta es el recurso de los infradotados, según las leyes no escritas de la pichanga de barrio. Desacredita al autor futbolística y socialmente ("más ordinario que pegarle de puntete"). De hecho, en muchos partidos informales los goles de puntete se anulan por feos y rascas. Pero esta vez, David Pizarro lo utilizó con maestría, con estilo, con arte. Como si las pinceladas finas de un óleo fuesen finalizadas con brochazos de látex constructor y así y todo resultara una obra maestra.
Es cierto que Romario se hizo rico haciendo goles con puntín, como le dicen los siúticos arribistas. Pero lo de Pizarro fue, sin lugar a dudas, la artistica reivindicación del viejo y querido puntete.