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Hace pocos días se cumplieron 13 años del mayor hito del deporte chileno: el doble de oro de Nicolás Massú y la medalla de bronce de Fernando González en los Juegos Olímpicos de Atenas. Esta misma semana, además, se enteraron 9 años desde que el Bombardero de la Reina se subiera a un inolvidable podio en Beijing junto a Rafael Nadal y Novak Djokovic luego de colgarse la medalla de plata, la última presea de un especialista nacional en la cita de los cinco anillos.

El recuerdo por partida doble emociona, conmueve hasta lo más profundo, nos invita a un viaje inolvidable por dos hitos irrepetibles. Pareciera que fue ayer cuando Massú y González levantaron esos cuatro match points ante los alemanes Kiefer-Schuettler y que al día siguiente el viñamarino le ganara en cinco sets al estadounidense Mardy Fish. El dato es extraordinario pero poco conocido. En ocho días, Massú jugó 12 partidos entre singles y dobles y pasó 24 horas y 43 minutos en la cancha. Un esfuerzo sencillamente sobrehumano.

La hazaña llevó a ambos a La Moneda. Del mismo modo que a Marcelo Ríos seis años antes cuando conquistó el número uno del ranking ATP. El gobierno de turno quiso reconocer el enorme logro deportivo y relevarlo desde la esfera política. Un acto natural, inherente a la dimensión del hecho. El tenis le había dado a Chile sus únicas medallas de oro en más de 100 años de olimpismo.

Las carreras del Chino, Massú y González siguieron su curso. Cada una con sus tiempos y particularidades. Se fueron retirando uno a uno dejando un legado perene, único, imborrable en el imaginario colectivo de varias generaciones. Afortunadamente, Nico y Feña montaron sus academias y siguieron vinculados a este deporte transmitiendo sus conocimientos y experiencia.

El problema está en otro lado. En cómo el Estado ignoró el aporte de estos tres jugadores y fue incapaz de dotar al tenis chileno de una infraestructura adecuada para favorecer su desarrollo y la continuidad de la cantera. A contar de 2008, cuatro años después de las medallas de Atenas y en paralelo al campañón de González en Beijing, los gobiernos fueron inaugurando sucesivamente decenas de estadios de fútbol de la Red Bicentenario. La gran mayoría con estándar FIFA, diseños modernos e implementación de alta gama. ¿El tenis? Con suerte y después de mucho patalear recibió un arreglo cosmético del court central del Estadio Nacional.

No deja de ser llamativo que algunos de esos estadios sean administrados hoy por sociedades anónimas deportivas que jamás habrían podido construirlos. El fútbol chileno se modernizó a costa del Estado. 

Es cierto que existen regulaciones, que varios estadios son regentados por las municipalidades y la comunidad cuenta con recintos de reunión y esparcimiento. Nada que cuestionar al respecto. Lo que molesta es el contraste, la ausencia de mirada técnica, el ninguneo al deporte más exitoso del país que hoy ni siquiera tiene bajo su tutela las canchas de arcilla del complejo de Cerro Colorado. Una involución total. Los hechos hablan por sí solos.

¿Acaso el court central no se pudo hacer de nuevo y aprovechar la nueva infraestructura para múltiples actividades recreacionales? ¿Qué costaba implementar acciones comunales de desarrollo del tenis? Durante años, desde los 90, pasé varias veces por ahí y lo que veía era funcionarios públicos dándose el gustito de jugar en el court. En cambio, cada vez que asistí a torneos de menores nunca se podía jugar en la cancha principal. “No, no se puede jugar ahí, no prestan la cancha”, decían los árbitros. Los niños miraban con cara larga imaginando lo que sería pegarle a la bola en el court donde alguna vez se jugó la final de Copa Davis.

Con motivo de los Juegos Odesur el complejo recibió una manito de gato. Tras descartarse la construcción de un recinto para el tenis el Parque Los Reyes. Era un court para tres mil personas y una serie de canchas aledañas. Un lujo. Al tiempo el proyecto se cayó y pasó a formar parte del museo de la maqueta.

Cabe aquí una doble autocrítica. Del Estado, ya está dicho, pero también de las autoridades de federación de los últimos 25 años. Nadie fue capaz de poner a los jugadores de su lado, sensibilizar a las autoridades políticas y presentar un proyecto con buenas perspectivas. Entraron en la lógica de sacar el partido adelante y llevaron múltiples series de Copa Davis a las regiones donde no quedó nada. Cero. Puede que haya habido criterios técnicos y de financiamiento detrás de esas decisiones, pero lo concreto es que se gastaron millones de dólares en puros estadios mecano.

En Viña del Mar lo mismo. El municipio apoyó por años la realización del ATP pero nunca se la jugó en serio por conseguir una locación para levantar un estadio. Hay otra maqueta que duerme por ahí. Se conformó con nombrar Nicolás Massú a una calle de la ciudad.

La realidad es concluyente. El tenis está en el piso. Solo respira gracias a la pasión de Fernando y Nicolás, el empuje de técnicos y jugadores y el entusiasmo de otros pocos. Mi reconocimiento a Rodrigo Tapia que en la Población Santa Adriana levantó un complejo tenístico a puro ñeque, con creatividad, trabajo y convicción. En un terreno baldío, un mini basural, sombrío y peligroso por la noche construyó dos canchas de tenis donde hoy se juegan torneos RUN y niños en riesgo social tienen una válvula de escape. ¿Saben cómo se llama el complejo? Héroes Olímpicos. ¡Vaya enseñanza!