Paremos la mano
Cuánta razón hay en el dicho de que el sentido común es el menos común de los sentidos. En nueve días pasamos de la alegría desbordante por el fallo del TAS y un estado de extrema confianza a sentir que todo está perdido y la generación dorada está en su ciclo final. Las derrotas ante Paraguay y Bolivia detonaron una ola de críticas insanas que apuntaron mucho más allá de lo futbolístico y la planificación técnica y obviaron el contexto deportivo como un factor determinante.
Es evidente que el bajón de la Roja tiene una explicación multifactorial. Que el carrete del Casino Monticello distrajo y expuso a Vidal y el fallido traspaso al Manchester City frustró a Alexis a pocas horas del partido en el Monumental. Es innegable que ambos hechos tuvieron cierta incidencia en el rendimiento de ambos, pero centrar el análisis ahí es un error de grandes proporciones. ¿Vidal se equivocó armando esa junta con sus amigotes? Sí, por el lugar, su historia ahí, la cercanía con el partido e incumplir sus horas de descanso. ¿Pero eso lo convierte en el principal responsable de las derrotas? Hasta donde sé juegan 11 y hay un técnico que toma decisiones.
Caso parecido es el de Alexis. ¿Acaso él fijó la fecha de cierre del libro de pases en Inglaterra? ¿Era ilegítimo que aspirara a cambiar de club? ¿A volver a ser dirigido por Guardiola y jugar la Champions? Fue una lamentable coincidencia y por cómo terminó el asunto, de seguro, se achacó. Alexis gastó energía y le metió cabeza a su frustrado traspasó, sí. ¿Fue por eso que no jugó como acostumbra? No necesariamente.
El contexto de los hechos siempre es relevante. Y, por lo general, se pierde de vista. Chile decidió asistir a la Copa Confederaciones con su mejor equipo posible y tras eliminar al campeón de Europa –que no se olvide – llegó a la final de un evento donde quizá no vuelva en décadas. Salvo Alemania, que tiene historia y jugadores para regalar, todas las naciones fueron a Rusia a full, a quemar las naves y dar el máximo. La Roja está pagando el costo. Mientras los seleccionados sudamericanos estaban de vacaciones los nuestros competían. El desfase con que Vidal, Alexis, Bravo y Medel se reintegraron a sus equipos acabó siendo perjudicial para los dos primeros.
¿Vamos a decir ahora que Chile debió ir con un equipo B a la Copa Confederaciones? Es fácil con el resultado puesto y el diario del lunes bajo el brazo.
La realidad es que Alexis y Vidal tuvieron 28 días de vacaciones y se reintegraron a sus equipos cuando las pretemporadas habían concluido. Entrenaron diferenciado. Y, para mal del equipo de Pizzi, Sánchez estuvo lesionado durante dos semanas. Un imponderable que, por extensión, le costó caro a la Roja. 'AS7' llegó al partido con Paraguay habiendo jugado 62 minutos con el Arsenal en la derrota por 4-0 frente al Liverpool. Ahí estuvo el contratiempo mayor, la variable determinante, no que su novia lo fuera a visitar a Calama como se dijo.
El análisis desagregado tiene otras aristas significativas. Para entender lo sucedido hay que mirar hacia adentro y cuestionar por qué no se tomaron medidas de contingencia, paliativas. Un botón de muestra: si Marcelo Díaz no estaba con continuidad, fue declarado transferible por el Celta y, finalmente, llegó a Pumas donde jugó apenas un partido antes de viajar a Santiago, por qué se descartó la convocatoria de Jaime Valdés, el mejor volante del torneo de transición. Pajarito, a sus 37 años, no es recambio de nadie, pero llama la atención que no se haya valorado su rendimiento actual. El tema es amplio y debatible porque la mayoría de los entrenadores tienen jugadores de su palo. En el caso de Pizzi, Felipe Gutiérrez o Chapa Fuenzalida quienes son convocados por defecto, estén bien, mal o regular en lo futbolístico.
El paso por Calama, guste o no, tiene más de una lectura. La elección del lugar fue irreprochable, pero el armado técnico-logístico discutible. Bajo el escenario imperante, Pizzi optó por descomprimir, validó los homenajes y aplicó el diseño previo a la derrota con Paraguay. Error. Con Chile amenazado en la clasificación y un ambiente enrarecido, el técnico tendría que haber volado al norte un día antes, el viernes, montado un bunker, con entrenamientos ciento por ciento privados y ejercido otro tipo de liderazgo. Las circunstancias lo ameritaban.
El modo Pizzi, pragmático, complaciente, cercano al jugador requería en esta pasada un upgrade, señales distintas a las del entrenador sobreprotector que ha sido hasta ahora. La coyuntura demandaba un golpe de timón, otra conducción, acorde a las urgencias y los mensajes públicos de sus propios jugadores. Cuando Claudio Bravo dijo que Chile debía volver a ser un equipo era un llamado de atención para sus compañeros pero también para el técnico de la Roja.
Chile está con la soga al cuello, tiene que ganarle a Ecuador y jugar su mejor partido del año en Sao Paulo para no depender de otros resultados. No está eliminado aunque futbolísticamente esté más lejos que cerca del Mundial. La única forma de zafar es que los jugadores dejen atrás sus calenturas, amenazas de renuncias, consuman menos los medios de comunicación, redes sociales y aprovechen de entrar en ritmo en sus clubes en las cuatro semanas que restan antes del duelo con Ecuador. De ellos depende que el ciclo de la generación dorada no se extinga antes de tiempo.