¿Cómo explicar esto?
¿Perder con Brasil? Es totalmente posible y hasta esperable. El Scratch es uno de los mejores equipos del planeta y máximo candidato a ganar la Copa del Mundo. El punto es que no había que llegar a Sao Paulo dependiendo de un resultado. Ni de lo que hicieran los demás equipos, ni que el colombiano Ospina tocara o no la pelota en un tiro libre indirecto. Era algo perfectamente posible.
Chile pudo clasificar a Rusia los primeros días de septiembre si le hubiese ganado a Paraguay en casa y le empataba a Bolivia en La Paz, que no es nada del otro mundo. Incluso, si perdía con Bolivia y con Paraguay, pero por 1-0. Y antes también, si la soberbia no hubiese dominado el ambiente.
Es una farra. Y lo más complejo a esta hora no es curar las penas. Es intentar comprender algo que no tiene explicación. El bicampeón de América, la vedette de la Copa Confederaciones, el dueño de la generación dorada, se mareó en el elogio, se emborrachó con la fama y se confundió a la hora de tomar las decisiones claves y trascendentes. El timón del barco también falló. Y bastante, incluso hasta cuando se le ocurrió aplicar mano dura.
Lo que viene es predecible: se ventilarán las divisiones del camarín, acusarán al técnico de no tener carácter, se conocerán historias de indisciplinas y un largo etcétera.
La jornada no puede ser más triste. Suena absurdo, incomprensible. ¡Cómo un equipo tan bueno y brillante queda fuera del Mundial!
Ojalá no se empañe lo bueno. Este equipo aportó alegrías inimaginables, generó un cambio cultural, social, y llegó más allá de lo que el más optimista jamás pensó. Pero eso no quita que esto es una farra inexplicable.