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La historia es cíclica en muchos ámbitos y el fútbol no es la excepción. Perú, cobrándose revancha de la eliminación, por diferencia de gol, ante Chile en las clasificatorias a Francia 98, dejó fuera a la Roja hace dos semanas mediante el mismo criterio de definición. El desenlace más frustrante que existe en este tipo de competiciones. Hoy en la Videna –el Juan Pinto Durán limeño– solo se piensa en el repechaje ante Nueva Zelandia y el eventual retorno a un mundial después de 36 años. Nadie recuerda los malos tiempos.

En el camino a esta favorable coyuntura Perú sumó decenas de complejos episodios. Cambios de entrenador, líos directivos, quiebre de los jugadores con la prensa, actos de indisciplina, acusaciones de borracheras. En este último ítem hay múltiples casos. Christian Cueva fue sindicado de tener problemas con el alcohol en su paso por la Universidad César Vallejo. Roberto Challe, ex técnico de la Albirroja, culpó a Pablo Bengoechea de irse de copas con Jefferson Farfán y Claudio Pizarro. En otros momentos, pero en la misma categoría se apuntó a Manuel Vargas, Carlos Zambrano, Yordy Reyna y Paolo Guerrero. Ricardo Gareca, el actual seleccionador, debió afrontar críticas por inconductas en plena preparación de la Copa América de Chile de 2015 y separó del plantel a Luis Advíncula en 2016. En todos lados se cuecen habas.

La delgada línea entre el deber ser, rectitud, comportamiento profesional y el razonable derecho a divertirse de los deportistas, incluso en períodos de competencia, se ha roto mil veces y se seguirá rompiendo. En Perú, en Chile, en el resto del mundo. En el fútbol y el resto de las disciplinas. Cada capítulo tiene sus particularidades y repercusión dependiendo de los nombres propios, la afectación y lo que haya habido en juego. Hoy a la Roja le pega fuerte porque estamos en medio de la escandalera por la eliminación de Rusia y la enorme onda expansiva que dejó la publicación de la mujer de Claudio Bravo –luego refrendada por su suegra– sobre las presuntas borracheras de Arturo Vidal. Una saga en pleno desarrollo.

En Perú estos temas tuvieron alta ocurrencia. En Chile, menos, pero todos recordamos lo que pasó durante las conducciones de Acosta, Borghi y Sampaoli. Cada uno resolvió el asunto a su manera con las consecuencias ya conocidas. La diferencia sustancial es que este caso supone un quiebre entre dos jugadores emblemáticos, dos cracks que reescribieron la historia futbolera del país, dos futbolistas con raíz colocolina que se apañaron mutuamente más de una vez. Vidal recibió fuego amigo de alto calibre y hoy debe surfear entre quienes, recogiendo la acusación, lo critican brutalmente y aquellos que lo respaldan a todo evento. Aún debe correr mucha agua bajo el puente pero la controversia tiene que decantar y la Roja estar sobre estas discrepancias por duras e inusuales que sean. En Perú, por ahora, nadie se acuerda de las indisciplinas pasadas, todos los esfuerzos apuntan a superar el último escollo para regresar a una copa del mundo. Así funciona en el fútbol y la cabeza de la mayoría de los aficionados.

Cuesta visualizar cuándo las cosas puedan volver a un marco de cierta normalidad. Tienen que darse ciertas condiciones básicas. Por ejemplo, que se produzca un acercamiento entre Bravo y Vidal. Factor clave. Trascendió que el arquero del Manchester City lo habría llamado para aclararle que los dardos de su mujer apuntaban a otro jugador. Por otro lado, quién asuma la dirección técnica de la Roja debe abordar el tema. No desde el punto de vista disciplinario –donde también cabe hacer un riguroso rayado de cancha– sino desde las relaciones humanas porque para construir un nuevo proyecto de selección los jugadores deben estar alineados independiente de si las heridas derivadas de este caso sanan o no por completo. Aplicando la conceptualización de Peter Druker, considerado el mayor filósofo de la administración del siglo XX, el conflicto entre Bravo y Vidal ya bajó una categoría, de conflicto manifiesto a experimentado. Con el paso de los días dejó de ser un conflicto abierto, hoy se expresa con disimulo (posteos de Vidal entrenando por su cuenta con el mensaje que lleva implícito) o derechamente se oculta (silencio de Bravo en las redes sociales). Con todo, es de esperar, por el bien de una selección que tiene que rearmarse después de la brutal decepción de quedar fuera de Rusia, que ambos estén a la altura. Tiempo al tiempo. Extremando el ejemplo Riquelme y Palermo ganaron todo en Boca y no se tragaban. Bravo y Vidal tienen una historia de amistad detrás que con autocrítica y comprensión podría permitirles hacer borrón y cuenta nueva.

¿Y el fondo del asunto dirá usted? ¿La denuncia original que la inmensa mayoría interpretó como un desahogo de Bravo en voz de su esposa? Monticello 2.0 fue un gran error de Vidal, ¿pero acaso incidió más que la inactividad de Marcelo Díaz o la falta de fútbol de Alexis, agravada por su fallida partida al Manchester City? Todo lo sucedido constituye una enorme lección para el grupo, para aquellos que creyeron que se ganaba con la camiseta y actuaron con displicencia. Aprendizaje para quienes siendo ciento por ciento profesionales pecaron de omisión y fueron pasivos en transmitir aquel compromiso. La responsabilidad de Pizzi también es evidente. Lo que no es justo es sindicar a Vidal como el gran responsable de la eliminación de Chile.

Capítulo aparte en esta controversia han sido las lamentables reacciones de ciertos hinchas en las redes sociales. La policía tuitera ha dado una muestra más de su extraordinaria capacidad para descalificar, en este caso y según sea su postura, tanto a Bravo como a Vidal. Por lo visto, esta gente tiene tejado de hormigón armado. Nunca se equivocó en la vida, posee una moral intachable, un aura que les permite pontificar desde el púlpito. En verdad, no son más que grandes prevaricadores, con memoria de corto plazo, que lo único que hacen es parecerse a esos choferes furiosos que muestran el dedo medio, te echan el auto encima y salen quemando forros poniendo en riesgo a otras personas. Por favor, un poco de sentido común. Está bien que el fútbol y la selección condicionan, en algún sentido, el ánimo de la gente, pero nada nos da el derecho de tratar así a otras personas. No corresponde.