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La arenga inmortal

"Mi madre se esforzó tanto por darme una buena educación y ahora todos me van a recordar por esta ordinariez". Era mayo de 2011, Luis Bonini ya no trabajaba en la Selección y daba una charla en Salamanca, Cuarta Región. Entremedio, me concedió una entrevista, tal vez compadecido cuando le conté que tuve que perderme el cumpleaños de mi hijo por un viaje para "intentar hablar con él".

A Bonini le daba vergüenza recordar la anécdota de la arenga a Humberto Suazo, previo al 2-2 contra Uruguay en Montevideo, la última vez que la Roja no fue goleada en el Estadio Centenario. Esa misma que lo catapultó a la inmortalidad y que permenecerá, quizás por el resto de los siglos, en el inconsciente colectivo de los chilenos.

Bonini trabajó 21 años con Marcelo Bielsa y fue la representación del lado más amable de la estructura del afamado técnico rosarino. La imagen era siempre la misma: pasaba Bielsa, serio e imperturbable, y luego Bonini, quien hablaba, contestaba, se reía y echaba una broma. Ojo, que también se enojaba y era bravo. Cuando le invadían el rancho demostraba su buen manejo de los chilenismos.

Manejaba las habilidades blandas mucho mejor que su jefe. Y por eso tenía la misión de ser el nexo directo con los jugadores. Bonini los arengaba, tal como a Chupete en Uruguay, y los regaloneaba, pero también los reprendía y llamaba al orden.

Miguel Pinto, quien era reserva de Claudio Bravo en la Selección, dio una entrevista en donde contaba con detalles el romance con una española que comenzó en un avión tras un amistoso de la Roja en Europa. La historia era linda, casi de cuento de hadas. Pinto subió sus bonos públicos, pero antes de eso recibió un tempranero telefonazo, nada de tierno, y donde lo llamaron al orden: era el profe Bonini.

Bonini trabajaba a comienzos de los 80 con el equipo de básquetbol de Ferro Carril Oeste. Fue allí donde Carlos Timoteo Griguol lo reclutó para el fútbol. Fue un proceso interesante y exitoso en donde el profe Bonini trasladó varias cosas del basquet al balompié y que le dio un sello. Bonini, al mismo tiempo, acrecentó su prestigio al lado de uno de los técnicos más respetados de Argentina. Después de eso, pasó por otros equipos hasta que inició la relación de 21 años con Marcelo Bielsa y les tocó vivir juntos el desastre de Corea Japón 2002.

El último trabajo juntos fue en el Athletic de Bilbao. Tras la exitosa aventura en el País Vasco, Bonini optó por regresar a Chile y no a su Argentina natal. En gran parte gracias a la fama de la arenga aquella, TVN lo reclutó como comentarista para Brasil 2014. No fue una decisón acertada. Y no solo porque el rating no hubiese sido directamente proporcional con el cariño que le tenía la gente. Luego estuvo en la U, ayudando a Sebastián Beccacece, y en el Morelia de México, trabajo que tuvo que dejar cuando supo del cáncer gástrico.

Bonini tenía su pequeño consuelo con la paradójica arenga del túnel del Centenario, esa que le dio el cariño irrestricto de la gente y que, a la vez, lo atormentaba. Que todos se acordaban más del "¡te quiero ver, papá!" que de la hermana de Chupete. Y así fue hasta sus últimos días.