Hey Guede, póngale la música que le gusta
Tuve que conejear el sábado en la noche al volante para llegar desde la Radio ADN al Movistar Arena donde había acordado encontrarme con mi hija menor para acompañarla a su primer recital: CNCO, cuyo mayor hit es el pegajoso Reggaeton Lento. No era precisamente un gran panorama musical para mí, pero sí un compromiso ineludible, de esos que convertidos en experiencia, se atesoran y acaban siendo momentos familiares imborrables.
Mientras conducía me fui fijando cómo reaccionaba la ciudad ante el título de Colo Colo. De hecho, y pese a modificar mi ruta porque en Plaza Italia se estaba congregando mucha gente, me topé con decenas de autos embanderados celebrando la estrella 32. Vehículos de distinta gama, desde modernas camionetas hasta pequeños city cars y autos antiguos, esos sin sello verde que son los primeros en quedar impedidos de circular cuando hay restricción. Postales muy transversales de lo que genera y, finalmente, irradia el cuadro popular. Puede que la muestra haya sido mínima, localizada en un sector céntrico de la capital, pero me dio gusto el ambiente festivo, sin excesos ni locuras al volante. Pura buena onda. ¿Tuve suerte? Quizá sí, probablemente en otros sitios más de alguien se pasó de rosca, emborrachó y fue imprudente, pero prefiero quedarme con lo que vi.
En uno de los tantos semáforos donde me detuve un muchacho hizo el amago de limpiarme el parabrisas. Como no tenía monedas le indiqué con un gesto que no se preocupara. Insistió y con humor dijo que aceptaba tarjetas de crédito. Bajé aún más el vidrio y le expliqué que estaba pato porque había comprado varias bebidas en la pega durante la jornada. “No se preocupe jefe, se lo limpio igual, esta noche paga Colo Colo”. Nos reímos, fue una salida genial de cabro, pero, saben, en esta anécdota está implícito lo mucho que representa el club para un altísimo número de chilenos, de todas las edades y estratos sociales. Eso de que el té va a ser más dulce y la marraqueta más crujiente no solo es un lugar común, es una gran verdad.
Tras enfilar por Bellavista se prendió la luz de la bencina. Murphy no falla. Tenía margen, seguro. Pero después, a la salida del recital, con el taco, iba a ser un cacho cargar combustible. Y como vivo lejos debía hacerlo sí o sí. Me detuve en una bomba y el operario, que extrañamente no era haitiano, venezolano o colombiano, estaba con una radio de fondo donde se escuchaba ADN y un programa tributo a Colo Colo en el que Marisela Santibáñez, Leonel Herrera Jr. y Orlando, un notable imitador de Pablo Guede y Esteban Paredes, hablaban de lo lindo. En ese servicentro, a su manera, dentro de sus posibilidades, uno o más colocolinos disfrutaban el momento.
Llegando al Parque O’Higgins con algún retraso opté por un comodín para estacionar. Aparcar en mi amado Club de Tenis Santiago, centenaria institución cuna de grandes jugadores como el doble finalista de Roland Garros Lucho Ayala. De turno, en la caseta, estaba el bueno de Mario, un cuidador muy amable, de unos 50 años y colocolino como pocos. Recuerdo que una vez le regalé entradas para ir al Estadio Monumental y me lo agradeció como si le estuviera dando un tesoro. ¡Qué hombre más feliz! Se sorprendió de verme, pero abrió el portón con destreza y celeridad. A esa hora no llega nadie y tampoco quedan socios en el recinto. ¿Cómo estamos Marito? Feliz, pues, Colo Colo campeón, dijo de vuelta. Y Guede la hizo al final, le apunté. No le dije que era un buen entrenador, vaya con tranquilidad, yo le cuido el auto, remató con cordialidad.
En esos 600 ó 700 metros entre el estacionamiento del club y el ingreso al Movistar Arena donde a esa altura CNCO ya llevaba un cuarto de hora en el escenario pensaba en Mario que alguna vez me contó que también tenía hijos chicos y en lo que le tocaba vivir esa noche de sábado, cuando la inmensa mayoría disponíamos de un panorama familiar, con amigos o simplemente estando en casa. El, en cambio, estaba en su puesto de trabajo, solo acompañado por Santiago, un tímido perro callejero que se arranchó en el club hace un par de años. Mientras caminaba, reflexionaba cómo Mario en lugar de recibirme con apatía por el turno, estaba contento. ¿La razón? Además de ser un gran tipo, el título de Colo Colo.
Por Mario, el limpiador de parabrisas a quién debí preguntarle el nombre y cientos de miles más, anoche le di las gracias al Cacique.
Otro día será el momento hablar de la pelotita y lo que viene para Guede y el club en 2018. Como diría el Trovador del Gol, colocolinos este es su momento, disfruten.