“Sí se hizo”, claman en San Nicolás de los Garza . Sus cánticos oceánicos de dolor y esperanza, de nostalgia y furia, de arrebato y amor perpetuo, se han hecho realidad. Campeones en el Clásico de todos los tiempos. La dinastía Ferretti reinó en tierra enemiga. Y lo hará hasta que no quede rastro en ninguna memoria del 1-2 endosado a Monterrey la noche del 10 de diciembre de 2017. Hasta que el tiempo desbarate el recuerdo. El estadio, mosaico incólume y humaredas blanquiazules, respondió con creces al reto lanzado por los abonados del ‘Volcán’. Los gritos atronadores, el nervio, la tarde clara y la sensación de estar frente a la historia. Parece Europa, pero es Monterrey. Apenas prendía el mesquite bajo la parrilla cuando Funes Mori acunó la pelota en su pecho y Pabón, derechazo violento, lleno de fe, cantó el primer ‘ajúa’ de la velada. “Ya se hizo”. Nahuel Guzmán voló cuando el cuero ya había sorteado sus dominios . La jugada, síntesis de un equipo en armonía, sirvió de inspiración para una segunda parte que tuvo un rival menos sublime. Mismos actores, misma estética, pero interfirió Torres Nilo, con dudosa legalidad.
Tigres se sacudió las costras carbonizadas y Aquino apuntó al ángulo superior de Hugo González , pero la pelota no dobló. Gignac, líder de la resistencia, elucubró, a la francesa, la contra-guerrilla: conflicto con la autoridad y apelo al arte. Sucedió que Dueñas sirvió para Vargas, y el chileno puso la empanada de choclo sobre la rejilla. Hubo tiros más espantosos en la historia, pero no muchos más. Monterrey entró en angustia. El sirloin se había carbonizado. Ni Carlos Sánchez, ni Cardozo encontraron los fósforos para volver a encender el fuego y preparar otro corte . Sucedió que Vargas, no conforme, envió desde la derecha y Meza, quien originalmente no figuraba en la lista de invitados, prendió fuego propio al enrejado. Los dedos de Hugo González, aún embarrados de grasa y aceite para asar, no pudieron contener el mazazo. El olor de las cebollitas inundó los ojos del BBVA Bancomer. Oh, los espectros. Víctor Guzmán. Minuto 93. 29 de mayo de 2016. Primer lugar. Mohamed. El rostro le cambió de forma a toda la ciudad de Monterrey. Cuando salió la segunda tanda, Tigres se recostó, plácido tras la degustación. Monterrey, con los ojos vidriosos, desenvainó el cuchillo de cocinero. La sangre de Morelia y Atlas había oxidado. Dorlán Pabón anotó, al menos para la ilusión óptima de medio estadio; Fuentes golpeó a discreción y Nahuel obró otro milagro sin ortodoxia y César Montes apuntó al rincón bajo y falló por muy poco; un francotirador habría atinado. Los felinos, zarandeados, se parapetaron con el botín entre colmillos: una copa, ni más ni menos. Entonces, la pierna estirada de Meza machucó a Funes Mori. Ni el VAR habría ayudado a Fernando Guerrero. Ferretti apretó el botón de pánico. El Clásico de todos los tiempos. El vencido deberá comprar la carne y las cervezas y ‘molcajetear’ la salsa por toda la vida. ¿Qué decíamos del VAR? Guerrero, que era un ‘outsider’ del jolgorio, asó la final con otro examen de vista. Ni Gignac, ni Meza, ni Dueñas; nadie siquiera raspó a Benítez. Avilés Hurtado, karma instantáneo, también sufrió de los accidentes hidrográficos del césped del BBVA. El balón ha quedado clavado en la antena de la cima del Cerro de la Silla. Avilés firmó el epitafio de Rayados y la concesión a la dinastía Ferretti, reina absoluta de Monterrey del Clásico de todos los tiempos.