Arley y el Tucu Hernández
Les Bleus es un buen documental que cuenta la historia de la selección francesa en paralelo con la evolución social de ese país. Comienza con la Francia de Michel Platini, un equipo extraordinariamente bueno. Ganaron la Eurocopa de 1984 y cayeron en semis y cuartos de final de dos mundiales. En esa Francia llamaban la atención dos jugadores, a quienes el relator emblemático de esos tiempos de la televisión chilena llamaba "morenitos": Jean Tigana y Maurice Tressor.
Una década más tarde, la Francia de Zinedine Zidane fue un equipo con descendientes de armenios, vascos, magrebíes, africanos, antillanos y argentinos en sus filas. Previo al Mundial de 1998 fueron vapuleados por políticos de ultraderecha. Lo más suave que les dijeron fue que no eran representativos del país.
Por el contrario, Zizou y sus compinches eran la síntesis perfecta de la Francia de esos días, donde convivían lo que llaman en el documental la combinación "blanco, negro y árabe", pero que la sociedad se negaba a aceptar. Bueno, fue Zidane -y no Kopa, Platini o Cantona- el francés que por fin pudo alzar la Copa del Mundo y no solo eso: llegó a la final en otra y, además, ganó la Eurocopa y dos Copas Confederaciones.
“El deporte es política”, comenta Lilian Thuram, quien más veces vistió la camiseta azul con 142 partidos, en el inicio del documental, un decir que por estos lados genera urticaria. Y Eric Cantona reflexiona en su estilo marca registrada: "Cuando ganaban, eran Francia; cuando perdían, eran la chusma extranjera".
El fútbol es democrático, uno de los pocos lugares de la vida en donde la movilidad está dada por el mérito y no por el origen, la raza o la posición social. Y el deporte, tal como ocurrió con el fútbol en Francia, muchísimas veces es un reflejo de nuestra sociedad.
Les Bleus -que está en Netflix- puede ayudar a comprender lo que hoy vivimos en nuestro país.
Arley Méndez nació fuera de Chile, al igual que Matías Fernández y Jorge Valdivia. Sus padres no son chilenos, pero él sí quiso serlo. Escogió nuestro suelo para quedarse a vivir. A cambio, coloca la bandera chilena en los podios y entrega títulos, uno mundial incluso, que son los que precisamente no abundan por estos lados.
Las críticas al pesista como ganador del premio al Mejor de los Mejores del Círculo de Periodistas Deportivos tienen una carga de xenofobia. Y aunque los detractores digan que no lo es, que solamente no les parece que el premiado tenga un tiempo idóneo de "chilenidad" y que no existen consideraciones de la patria, la bandera y el arraigo por el suelo, lamentablemente demuestran intolerancia.
Si Méndez ya es chileno porque mostró y demostró unas ganas tremendas de querer serlo, cuenta con carnet y pasaporte, derecho a voto, paga sus impuestos y lo pueden llamar a servir en el ejército en caso de guerra, ¿por qué tendría que esperar un tiempo más como chileno para que lo premien?
Es la misma xenofobia que aparece, por ejemplo, cuando Pedro Pablo Hernández juega por la selección chilena. ¿Y qué dice el Tucu? Que no tiene que demostrarle nada a nadie, que es chileno porque quiso y se lo había prometido a su abuela, que quiere retirarse del fútbol en O'Higgins y morirse de viejo en Rancagua.
Lo de Arley y el Tucu Hernández, al igual que la Francia de Zidane, es el fiel reflejo de lo que sucede en nuestra sociedad. Los inmigrantes van ganando posiciones por sus méritos y al mismo tiempo, lamentablemente, tienen que ir luchando contra los prejuicios.
¿Cuánto puede ganar el deporte chileno con el aporte de los inmigrantes? ¿Cuántos pesistas, futbolistas, basquetbolistas, rugbistas, tenistas, velocistas, fondistas, marchistas y saltadores buenos podríamos sumar?
Por el momento, los inmigrantes aportan con una buena cuota: un pesista campeón del mundo y un futbolista que es el único chileno titular en la Primera División de España.