La eterna sonrisa se despide
El astro brasileño, uno de los mayores genios del fútbol en el siglo XXI, dice adiós. Repasamos su trayectoria desde sus inicios en Gremio, su salto a Europa para recalar en el PSG y su consagración en el Barcelona. Sin olvidar su 'renacimiento' en Atlético Mineiro.
En la historia del fútbol son muchos los casos de talentos que nos dejaron en la boca un gusto de ‘quiero más’. La sensación esta de que podrían haber sido todavía más grandes de lo que fueron y durante mucho más tiempo. Casos como el de Van Basten o Just Fontaine, que no llegaron a los 30 años por las lesiones. Maradona o Garrincha, con una carrera perjudicada por la adicción. Pero Ronaldinho es un caso aparte.
Jugó en cuanto jugar hacía que tuviera sentido. En cuanto faltaban sueños por conquistar. Hasta que realizó todos sus sueños. Y descubrió que existía vida más allá de los terrenos de juego. Ronaldinho Gaúcho fue un ídolo marcado por la alegría. Alegría en su forma de jugar y en su actitud, siempre sonriente y positiva. Su madre, Doña Miguelina, siempre ha dicho que la filosofía de su familia está basada en tres principios: “Ser feliz, sonreír y nunca hacer el mal al prójimo”.
El 21 de marzo de 1980 en el frío Rio Grande do Sul, nació Ronaldo de Assis Moreira. Era un bebé gordito, pero fue creciendo delgadito y con los dientes grandes que él nunca tuvo vergüenza de enseñar con su sonrisa fácil y magnética. “Ya intenté ponerme bráquets, pero me molestaba… La verdad es que me da un poco igual, si yo tuviera problemas para ligar a lo mejor me preocuparía”, comentó con buen humor sobre sus dientes el ya exfutbolista, de 37 años, riéndose como siempre en una entrevista hace cinco años para la TV Globo brasileña.
Su hermano mayor, Assis, fue ídolo del Gremio. Y cuando el pequeño Ronaldo comenzó a brillar en la cantera del club, otro “Ronaldinho”, el carioca, Nazario, ya había explotado en el Cruzeiro, PSV y Barcelona. Por eso la necesidad de añadir el Gaúcho en su mote, antes que se estrenara en el Gremio en 1998. “Es el mejor del mundo, sin duda… y lo mejor es que juega para pasarlo bien, para divertirse, y eso es lo más importante”, afirmó Diego Armando Maradona en 2005, cuando Ronaldinho hacía disfrutar en Barcelona. “Es mi legítimo sucesor”, declaró el Pelusa.
En 1989 Ronaldinho tenía nueve años y su hermano Assis era la estrella del Gremio y jugador de la selección brasileña. Con tan sólo 19 años, había firmado su primer contrato profesional y compró una casa nueva para toda la familia. Como Dios manda, con dos plantas, jardín y una pequeña piscina ovalada de fibra de vidrio. Lo que Assis no sabía es que aquella alegría acabaría pronto. Tras saltar en la parte poco profunda de la piscina, su padre, João Moreira da Silva, acabó sufriendo un traumatismo craniano y falleció dos días después en el hospital.
Desde entonces, Assis “asumió el puesto de padre”, según el propio Ronaldinho define, al recordar la importancia que su hermano tuvo en el apoyo a su madre después de la tragedia. Asis abrazó con una edad muy temprana la responsabilidad de ayudar a su madre en la tarea de cuidar a su hermana y hermano pequeños. La familia se unió todavía más y fue la base para que el niño pudiera crecer sin traumas. Aunque Assis prefiera darle todos los méritos a su madre, “que con su serenidad” transmitió la tranquilidad que la familia necesitaba para seguir adelante.
El hecho es que Ronaldinho creció dentro del Gremio, viendo a su hermano entrenar prácticamente todos los días. El club era su segunda casa. Pasó su infancia viviendo la rutina de un futbolista profesional y de élite, en el vestuario de un club grande y viendo de cerca lo que hacía falta para triunfar en un ambiente tan competitivo.
El niño fue creciendo y comenzó a brillar en el fútbol sala y en la cantera del Gremio. Un talento natural que llamaba la atención de todos y que llevó a su hermano a decir en una rueda de prensa, cuando le elogiaron por su técnica, que “si la gente creía que él jugaba bien, que esperaran unos años más hasta que su hermano debutara, porque él era el crack de la familia”.
La historia probó que aquellas palabras no fueron una exageración de hermano mayor, que después de retirarse asumió la gestión de la carrera del pequeño, responsabilidad que tiene hasta el día de hoy. Con 15 años Ronaldinho fue convocado por primera vez para las selecciones inferiores de Brasil. Fue campeón mundial Sub-17 y sudamericano Sub-20.
Pero no fue hasta la final del Campeonato Gaúcho de 1999 cuando Brasil acabó conociendo a Ronaldinho. Un chaval de 19 años marcaba el golazo del título, ante el archirrival Internacional. Un partido donde el niño dejó tirado en el suelo al capitán del tetracampeonato mundial, Dunga, después de hacerle un sombrero humillante, que acabó en bronca de Doña Miguelina.
“Fue un regate muy bonito, pero le llamé la atención porque no hacía falta hacerlo justo en la persona que hizo (Dunga)… Hay que respetar los mayores”, se reía la madre casi avergonzada con las travesuras de su hijo.
Ese mismo año fue convocado con la selección absoluta, para jugar la Copa América. En su primer toque de balón, ante Venezuela y jugando al lado de Ronaldo, Cafú y Roberto Carlos, marcó un gol antológico que le convirtió en el nuevo ídolo del hincha brasileño.
Con la fama llegó el interés internacional y, ante la negativa del club de traspasarle a Europa, la larga relación de amor entre la familia Assis y el Gremio acabó en divorcio. Y en 2001 Ronaldinho acabó yendo libre al PSG, saliendo por la puerta de atrás, peleado con la directiva y afición que no aceptaban el hecho de que se hubiera ido sin dejar un céntimo al club que le formó.
Soy un hijo del PSG, amo al club, y un hijo siempre vuelve
Su gran pero en Francia fue la ausencia de títulos, pero en la Ligue 1 comenzó a forjarse la leyenda en Europa del mago de Porto Alegre. Sus actuaciones con el club parisino eran de las que, como se suele decir, hacían que valiera la pena pagar una entrada. "Soy un hijo del PSG, amo el club", dijo en su día el brasileño, una buena muestra de la especial relación que tuvo con el hoy supergigante del fútbol europeo, en un momento en que la dimensión del club era mucho menor.
La falta de éxitos colectivos no fue un impedimento para que se convirtiera en el ídolo de la afición local, y que aún hoy siga siendo tratado de esa manera en la capital francesa.
En Francia se confirmó como futbolista de nivel internacional y fue convocado para el Mundial de Japón y Corea en 2002, donde conquistó la quinta Copa de la historia del fútbol brasileño, con 22 años. Su mejor partido, los cuartos de final contra Inglaterra, cuando marcó un golazo de falta y dio la asistencia para que Rivaldo marcara el suyo.
Dos años después, él sería elegido mejor jugador del planeta. La gloria máxima alcanzada en el club que le fichó después de aquel Mundial y donde Ronaldinho dejaría marcada en la memoria de los aficionados del buen futbol algunos de los momentos más espectaculares jamás vistos dentro de los terrenos de juego.
Ronaldinho Gaúcho llegó al Barcelona en julio de 2003, fichado por 24 millones de euros. Marcó su primer gol en la segunda jornada de LaLiga, ante el Sevilla en el Camp Nou, con un espectacular disparo desde 25 metros. Fue el primero de los 70 goles que marcó en 145 partidos disputados con la camiseta del Barça.
Tras un primer año de adaptación, lideró al club catalán en la conquista de su primer título en cinco años, LaLiga de 2004-05. Y el año siguiente, además del bicampeonato de LaLiga, ganó la Champions, la segunda en la historia del club y que supuso el pistoletazo de salida a la época más gloriosa del Barcelona, y el Balón de Oro.
Para el recuerdo quedará su exhibición en el Santiago Bernabéu, en el clásico ante el Real Madrid que terminó con la victoria visitante (0-3) y doblete del astro culé que hizo que una parte de la afición madridista se levantara a aplaudir el exquisito despliegue futbolístico que estaba presenciando. Los jugadores del Barcelona que lo han conseguido se cuentan con los dedos de una mano.
Ese mismo verano comenzó su declive. Concretamente en el Mundial de 2006 al que la selección brasileña llegaba como claro favorito y con Ronaldinho como líder destacado. El fracaso de la canarinha fue estrepitoso, por la forma y por el fondo. La estrella azulgrana, pese a ser aún joven, nunca volvió a ser el de sus tres primeros años en el Barcelona.
Tras salir del club blaugrana, con la llegada de Guardiola en junio de 2008, recaló en el Milán, donde permaneció dos temporadas y media. En Italia fue víctima de sí mismo, o más bien de sus malos hábitos, y de un club en clara decadencia que estaba entonces comenzando una larga travesía por el desierto. Las esperanzas del Milán de recuperar una grandeza no tan lejana estaban puestas en el brasileño, pero Ronaldinho no estaba para tamañas proezas.
Sus números vistiendo la camiseta rosonera no fueron tan malos, de hecho se podría decir que sus temporadas fueron buenas si solo nos atenemos a ellos, pero la sensación era otra, la de un jugador que había perdido su camino y que difícilmente volvería a encontrarlo.
Curiosamente en su palmarés sí figura una liga italiana, la de la temporada 2010-11, a pesar de que fue en la que menos aportó al equipo ya que salió en el mercado de invierno y solo disputó 11 partidos en la Serie A, teniendo escaso impacto en ellos.
Acabó volviendo a Brasil, al Flamengo, donde fue recibido como una superestrella en una presentación galática, con miles de aficionados. En el histórico equipo de Río de Janeiro estuvo algo más de un año, dejando un sabor más bien agridulce, pese a que en ese tiempo llegó a realizar actuaciones sobresalientes.
Durante su estancia en el 'Fla' la sombra de sus fiestas nocturnas siempre le persiguió. Para entonces no era ningún secreto la afición del jugador por las fiestas hasta altas horas de la madrugada y los comportamientos poco profesionales para un futbolista de primer nivel.
En lo deportivo las cosas comenzaron bien, con el Flamengo ocupando incluso el liderato del Brasileirao y con Ronaldinho ejerciendo del líder que todos esperaban. Pero los resultados comenzaron a torcerse, y fue entonces cuando las críticas se centraron especialmente en él. La afición llegó a crear una línea telefónica para denunciar sus salidas nocturnas y la relación con el club se fue deteriorando.
Continuaba ofreciendo algunas actuaciones destacadas sobre el verde, hat-tricks incluidos ante Atlético Mineiro y Santos, pero su comportamiento más allá de los partidos iba dinamitando su estancia en el club. Llegaron entonces las acusaciones de impagos y las ausencias injustificadas de algunos entrenamientos, lo que supuso la gota que colmó el vaso. Ronaldinho se despidió del Flamengo en mayo de 2012 tras disputar 78 partidos, en los que anotó 28 goles y repartió 17 asistencias. Unos números que para cualquier jugador serían considerados buenos, pero que no bastaron para el que otrora fue el mejor jugador del planeta.
Un último truco
Dos semanas después de dejar el Flamengo, en junio de 2012, Ronaldinho se presentó discretamente con su nuevo club, el Atlético Mineiro. La sensación era la peor posible. Dinho tenía 32 años y llevaba más de cinco en una decadencia progresiva. Todo hacía indicar que su paso por el club albinegro sería un nuevo fiasco en su lucha por volver a su mejor momento y demostrar que aún quedaba en sus botas. Pero en poco tiempo 'Dinho' se encargó de demostrar lo equivocada de esa afirmación.
De repente, aquél jugador que había conquistado todo y pasado los últimos años disfrutando de la vida, volvió a tener algo que probar al mundo. Una motivación para volver a jugar al fútbol. El próximo año y medio fue el mejor de Ronaldinho desde su salida del Barcelona. Aceptó su papel como líder del Atlético Mineiro desde el primer momento, pese a que a sus 32 años sus condiciones físicas no eran las de antaño, supo acloparse a un equipo que jugaba para explotar sus virtudes y minimizar sus carencias.
Sus actuaciones le valieron la renovación de su contrato y el astro estaba de nuevo, por fin, centrado en lo que mejor sabía hacer: desplegar su magia en el campo. Fue nombrado mejor jugador del Brasileirao, pero su mejor momento estaba aún por llegar. En 2013 alzó uno de los grandes torneos que aún no decoraban su extensa vitrina, la Copa Libertadores, convirtiéndose en el séptimo futbolista en conseguirlo tras Cafu, Dida, Roque Junior, Carlos Tévez, Walter Samuel, Ronaldinho y Neymar. Su gran año fue culminado con su proclamación como mejor jugador de América por el diario uruguayo El País y su inclusión en el mejor once del continente.
El objetivo estaba cumplido. Ronaldinho había demostrado a todos que lo suyo no fue una carrera de unos pocos años y había vuelto al lugar que merecía. Pero aún estaba hambriento de experiencias, lo que le llevó hasta la liga mexicana para enrolarse en las filas del Querétaro, donde permaneció una temporada.
Esta vez sí, dio comienzo una especie de retiro anticipado del brasileño, aunque futbolísticamente los resultados continuaron siendo buenos. Disputó un total de 29 encuentros anotando 8 goles y repartiendo 9 asistencias. Más allá de una actuación personal más que aceptable, fue pieza importante en la primera final de liga alcanzada por los 'Gallos Blancos' en su historia, aunque el título se le escapó ante el Santos Laguna.
La despedida
Siempre con su sonrisa por bandera, Dinho parecía empecinado en que su estrella no terminara de apagarse nunca. A toro pasado es fácil decir que su carrera debió terminar en todo lo alto, que su siguiente movimiento, el que le llevó de regreso a Brasil para fichar por el Fluminense, era innecesario, pero el brasileño quería seguir repartiendo magia.
Su vuelta a casa no salió como esperaba. Llegó en agosto y, tras jugar tan solo 9 encuentros a un nivel muy lejos del esperado, puso punto final a su nueva aventura en septiembre. Aún así, en su cara seguía habiendo una sonrisa.
Uno puede cuestionar las decisiones tomadas por Ronaldinho. Creer que él hubiera podido alcanzar mucho más de lo que alcanzó. Pero durante todo este tiempo, él pareció feliz. Contento con sus logros. Siempre dejó claro lo afortunado que era de “haber realizado todos sus sueños”. Ronaldinho estaba contento. Saciado. No le hacía falta nada más. Él fue feliz con sus logros. Sonrió. Y no hizo mal a nadie. Exactamente como le enseñó Doña Miguelina.
El anuncio: su carta a los fans
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