Ex ídolo
Seguí de muy cerca la carrera de Marcelo Ríos durante una década. Qué pedazo de jugador, con un estilo único y tiros para todos los gustos. Era impresionante verlo en vivo. Cinco títulos de Masters 1000 y otros 13 en diferentes canchas y superficies dan cuenta de su calidad. Fue número uno del mundo por 6 semanas, pero en justicia el mejor jugador de 1998 por largos meses. Nadie quedaba indiferente. Ni siquiera Roger Federer quien dijo que pagaría una entrada por verlo jugar. Sí, el suizo, el mejor tenista de todos los tiempos.
El Chino siempre fue un tipo irreverente, deslenguado, provocador. Su desmadre de este miércoles en el court central no es más que un nuevo capítulo en su largo historial. Los medios volvieron a ser su blanco preferido. Fui testigo de cada uno de sus premios limón en Roland Garros, tuve en mis manos el ejemplar de la revista Sports Illustrated que lo definió como el hombre más odiado en el tenis, vi su desprecio por los fans la mayor parte del tiempo. Ríos odia a la prensa y a quienes lo molestan o incomodan. Fue y seguirá siendo un tipo hosco que desprecia a la inmensa mayoría de quienes están fuera de su entorno. Vive un poco en la luna, dijo alguna vez el tenista brasileño Fernando Meligeni.
Siempre creí que su personalidad, su extremo individualismo, le ayudó mucho a ser quién fue, un notable jugador de tenis. Su carácter impenetrable lo dotaba de una coraza favorable para encarar la dureza del circuito ATP. Al Chino no le importaba jugar en condiciones adversas, de visita, ante jugadores que lo superaban en altura y potencia. Ríos lo compensaba con talento y triunfos que alegraban al país y tenían al chileno medio recitando el ranking, los bonos y las noticias del tour. Eran otros tiempos.
Con Ríos tengo decenas de anécdotas. Buenos y malos ratos (perdón la autorreferencia pero la idea es conocer un poco más al personaje y su relación con la prensa). Recuerdo sus respuestas cortantes e incluso humillantes en Miami el 98 o cuando en Roma al año siguiente me dijo, en una sala de prensa repleta de periodistas europeos, que no respondía mis preguntas porque era un tipo malintencionado. Aquella vez le solicitó, sin éxito, a un oficial de comunicaciones de la ATP que me expulsara del recinto. La semana siguiente lo seguí a Santk Polten donde fue campeón y después a Roland Garros. Diariamente debía despachar sus declaraciones en inglés porque estaba vetado. Nunca enfaticé el hecho, no le di importancia, me parecía que a la audiencia le importaban sus victorias, no sus formas o mala educación. En diciembre del 99 me volvió a hablar sin explicarme el porqué de su molestia anterior.
Todo fue muy raro. Con Luis Lobo, su coach de entonces, tuve la mejor relación. Como antes con Manuel Astorga, su preparador físico. Con Lobo incluso jugamos en contra en una Copa Smash a principios de los 90. Mis colegas de la época me reprochaban cierta complacencia con el Chino. En verdad, nunca tomé muy en cuenta esos comentarios porque me parecía que el fenómeno Ríos generaba algo tan positivo para el país y para el tenis que la cobertura desde el mundo de la radio, de las emociones, debía centrarse en cuestiones técnicas. Al Chino, en todo caso, nunca le importó. Ponía a todos en el mismo saco.
En 2002 Ríos cumplió su última gran campaña en Key Biscayne: semifinales ante Agassi, sets iguales y retiro por lesión. Luego de practicarse unos exámenes a la espalda se trasladó a Calgary para defender a Chile ante Canadá. Llegó cuatro días antes del match, bebido, el avión se había movido más de la cuenta y se pasó de copas. Directo del aeropuerto a la cama. Presencié su ingreso al lobby del hotel en malas condiciones, pero me pareció que no se trataba de un hecho relevante como para ser informado. Esa tarde ya no tenía margen para entrenar y disponía de tres días por delante para ponerse a punto. El viernes perdió en 5 sets con Daniel Nestor en un partidazo. Este episodio, en mi opinión, no tuvo incidencia. Tampoco esperaba algo a cambio. Ese era Ríos, una caja de sorpresas.
Pensé erróneamente que tras el retiro, una vez que la presión del circuito ya no existiera, que Ríos iba a cambiar sus formas. Que sería más cuidadoso, más deferente, más preocupado por los demás. Su pega se había simplificado una enormidad: solo debía administrar su condición de ídolo. Me equivoqué. Al Chino solo le importa su entorno y a su manera. Incluso es duro e insensible con gente del tenis a la que supuestamente valida y con la que a ratos convive. Guardaré riguroso secreto para no importunar a los implicados, pero Ríos es muy poco delicado, por decirlo de manera elegante, con quienes se siente en un estado de superioridad. Sus modales no cambian mucho respecto de su trato con la prensa.
El episodio con los reporteros que cubrían la Copa Davis es un bochorno de grandes proporciones. Y grave porque sus declaraciones no fueron hechas como persona natural. Si así hubiera sido, pese a la ordinariez, finalmente habría estado en su derecho. Acá es distinto porque las emitió como co capitán de la selección chilena de tenis. Fue el IND, con recursos públicos, quién pagó su pasaje desde Estados Unidos. No puede convocar formalmente a un punto de prensa para hacer lo que hizo. No está a la altura de su función en el equipo. ¿Haber sido un crack le da impunidad?
La pregunta del periodista de Chilevisión era una instancia perfecta para alabar los notables progresos de Jarry, resaltar la estirpe copera de Gonzalo Lama, el gran momento de Podlipnik en dobles, los avances de Tomás Barrios o recordar su propia rivalidad con Nicolás Lapentti. Pero no, el Chino con sus groserías no hizo más que ponerse sobre el equipo y dejar en aprietos al capitán. Estratégicamente, fue un tiro en los pies.
Estas líneas no constituyen una defensa gremial –de la cual nunca he creído por lo demás–. Empatizo con los jóvenes periodistas injustamente insultados, pero ameritaba poner bajo cierto contexto la desafortunada línea conductual del ex número uno del mundo. Porque Ríos tiene problemas de relacionamiento con la prensa, pero también con mucha otra gente. Una lamentable constatación: hoy el Chino divide, distancia, todo lo contrario a lo que debiese generar un ídolo deportivo.
Massú y González tuvieron grandes carreras, con altos y bajos, pero en los malos momentos jamás habrían hecho algo así. Son de otra madera. Y, en buena medida, gracias a ambos, con su compromiso a toda prueba, el tenis chileno sigue respirando. Héroes olímpicos. Dos ídolos dentro y fuera de la cancha. ¿Ríos? Solo en Youtube.