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La especie está diseminada de norte a sur y cordillera a mar. Es un perfil que nos caracteriza. Que perfectamente podría ser parte de una rutina del Festival de Viña. Y aplica, muchas veces, para todos los ámbitos de la vida. Especialistas en hallarle un pero a las cosas, exacerbar lo malo, ver la paja en el ojo ajeno, asignarle una connotación negativa a las situaciones irrelevantes o criticar procesos que recién comienzan sin dar pie al beneficio de la duda. Ahí está, el que siempre ve el vaso medio vacío, el crítico, inconformista.

Hasta ahora nadie se animó a medir cuán ninguneadores somos. Si la respuesta fuera honesta quizá nos llevaríamos una sorpresa. En general, falta tolerancia, generosidad, hidalguía e incluso pragmatismo para ver y referirse al otro. Eso incluye desde el vecino hasta los deportistas de alto rendimiento.

Con justa razón, algún sociólogo podría alegar que el desprecio y la amargura tienen raíces más profundas, asociadas a la desigualdad y una poderosa avalancha de variables complementarias. Es cierto, es así, pero también es verdad que generalmente depende de nosotros ser mejores personas. Y una forma de serlo es valorar el esfuerzo del que está al lado o en una cancha haciendo deporte.

Esta pequeña digresión no tiene que ver con ser complaciente desde los medios cuya labor es otra. Apunta a reflexionar sobre nuestras opiniones como seguidores del deporte. Hace algunas semanas Cadena SER, la radio más grande y escuchada de España, dio a conocer un estudio respecto del comportamiento de los aficionados en las redes sociales durante los partidos de futbol. La muestra, que recogió más de un millón 900 mil publicaciones, arrojó resultados lamentables: el 45 por ciento eran comentarios negativos y el 19%, es decir casi 400 mil, derechamente agresivos. Esto incluye xenófobos, racistas, cargados de odio y vulgares.

Soy socio hace 32 años del Club de Tenis Santiago y en el período comprendido entre el retiro de Fernando González y Nicolás Massú y hoy sostuve decenas de conversaciones con camaradas que se preguntaban si Chile volvería a tener jugadores en el top 100 y presencia en los principales torneos del mundo. Muchos querían saber, desde la óptica de un periodista que cubrió el circuito ATP, si Christian Garín, Nicolás Jarry u otro iban a ser capaces de seguir la huella de los campeones olímpicos. Obviamente, el tenis es un deporte tan competitivo y complejo que nadie puede predecir con certeza absoluta lo que va a ocurrir, pero dado el potencial de ambos me parecía que tenían todas condiciones para lograrlo. Esta semana, el nieto de Jaime Fillol dio una señal concluyente en esa dirección.

No recuerdo en esas numerosas charlas en la terraza del club que alguien haya dicho que “no tienen ninguna opción”, “se les pasó el tren”, “no le llegan ni a los talones al Chino” o que son derechamente “malos”. En las redes sociales, en cambio, leí un sinfín de críticas destempladas y desinformadas. No solo sin tino sino que, como está visto, por ahora, en el caso de Jarry, sin fundamento. Vaya que sirve hacer un poquito de deporte, incluso en el nivel más amateur, para comprender el esfuerzo de quienes están en el alto rendimiento.

¿Cuál es el gusto de ser tan extremadamente duro con los nuestros? ¿Para qué? Tiempo al tiempo. Seamos tolerantes e informémonos. ¿O acaso les gustaría tener encima una tropa de twitteros haciéndolos pelota? Tal como vaticinaron González y Massú, vienen tiempos mejores.