El dopaje y el hooliganismo son las preocupaciones de Rusia 2018
A 100 días del arranque de la Copa del Mundo de Rusia aún hay varios pendientes a cumplir para el Comité Organizador. Será el primer Mundial con video-arbitraje.
El Kremlin. La Plaza Roja. La Catedral del Cristo Salvador. El Lago Baikal. La cuenca del Río Moscova. El Hermitage. El Palacio de Invierno. La imperial Rusia zarista, la marcial Rusia soviética, la mística Rusia campesina, la grandilocuente Rusia posmoderna. El país de los mil colores y paisajes, el de los bosques y tundras infinitas, el de los lagos oceánicos, el que convierte el agua al aire en hielo, el que convirtió el blanco en rojo, el que encarnó la lucha de clases e hizo de la hoz y el martillo santo y seña. La que, con las cordilleras del Cáucaso, abraza al mar negro y palpa al Oceáno Pacífico con sus pies. La Rusia de las letras (infinitas, también), la del arrebato hecho música, la delicadeza de sus bailarinas y la estridencia de sus acordes. Esa Rusia, tan lejana, tan tópica, tan poco nuestra, será la Rusia del mundo en 100 días. La Rusia del fútbol.
Dos Juegos Olímpicos después (1980, los de verano; 2014, los del Invierno), Rusia abrirá los Urales para abrazar al orbe una vez más. Las sospechas del Informe García (el dossier encargado por la FIFA al exfiscal neoyorkino Michael García que revela la trama de corrupción en la concesión de la Copa del Mundo a la patria de Tolstoi y a Catar en 2002), revelado en pleno durante la Copa Confederaciones de 2017, han quedado soterradas ante la inminencia. ¿Conspiró el lobby del presidente, Vladimir Putin, y la estructura empresarial-oligarca para cargar la votación a favor Rusia? El expediente explica la urdimbre pero ni FIFA ni el Comité Organizador son adeptos a discutir el tema más allá de los comunicados de prensa o conferencias de prensa cuidosamente controladas. "Niet", dirán. A otra cosa. La consesión es irrevocable y el Mundial, una perentoriedad. Aún quedan varias carpetas sobre la mesa.
El Comité Organizador, presidio por Alexei Sorokin, ya hizo doblar las campanas al anunciar que los estadios (12 en 11 ciudades) llegarán a junio en tiempo y forma. También, divulgaron que la construcción de la infraestructura de las ciudades sedes (carreteras, aeropuertos, facilidades) avanza conforme a los planes. Los planes, ciertamente, han escapado a los desbarajustes intestinos en el Comité. Vitaly Mutko, viceministro del gobierno de Putin, renunció en diciembre a la jefatura de la organización, rodeado por la tormenta mediática desatada por el escándalo del doping de Estado.
El Informe McLaren, que ha motivado la suspensión del Comité Olímpico Ruso de los últimos Juegos Olímpicos de verano e invierno, apuntó a Mutko como el inspirador y supervisor de una política estatal de encubrimiento y manipulación de las pruebas anti-dopaje de los deportistas rusos. Sorokin tomó la cartera y Mutko cedió para que la sombra del doping, que ha conducido con la exclusión de deportistas rusos de las máximas justas deportivas, no trastoque a la Copa del Mundo. De hecho, el Informe McLaren menciona al fútbol como parte de la trama.
De las 643 muestras desaparecidas denunciadas por el abogado canadiense, 11 corresponderían a futbolistas, siempre acorde al reporte encargado por la AMA. El delator en el que se rige gran parte del documento y las revelaciones del New York Times y The Daily Mail, el exdirector del laboratorio ruso de la Agencia Mundial Anti-dopaje, Grigori Rodchenkov, subraya que el fútbol también está inmiscuido en la trama. Además, en junio pasado, también en un terremoto político que azotó la Copa Confederaciones de 2017, The Daily Mail desveló que la FIFA lanzó una investigación para desentrañar si Rusia había violado los códigos anti-doping. El rotativo apunta a los 23 futbolistas que formaron la plantilla que disputó el Mundial de Brasil 2014.
La seguridad es otra asignatura sin resolución. Las amenazas de ataques terroristas, protagonizadas por el Estado Islámico, han ocupado litros de tinta en los medios de comunicación y millones de rublos del Ministerio de Defensa ruso. La Rusia moderna convive con el terrorismo casi como modus-vivendi. La amenaza yihadista, derivada de las maniobras militares del Ejército ruso en Siria, encaminadas a liquiar al Daesh, ha abonado al extenso catálogo de advertencias con las que tiene que lidiar el país. El terrorismo checho-caucásico, especialmente intenso a inicios del Siglo XXI (la matanza de la escuela de Beslán, la crisis de los rehenes del Teatro Dubrovka), puso al Estado ruso en una alerta roja perenne. La contención del terrorismo es, desde los inicios de la era Putin, una prioridad innegociable.
Desde el fútbol, el platillo se cocina a fuego lento. Una delicia. Caviar con kvas y un buen borsch. ¿El último Mundial del duopolio Messi-Cristiano (que ninguno, aún, ha facturado una Copa de leyenda)? ¿Proseguirá el gobierno de hierro alemán, o el 'novo-jogobonito' de Tite encaminará a Brasil a su sexto título global? ¿Reverdecerá España? ¿Llegó la rebelión del proletariado sobre el status-quo imperial: Perú, Colombia, Bélgica? ¿México? ¿Islandia volverá a romper los paradigmas? ¿La mínima revolución que supuso la ausencia de Holanda, Italia y Chile iniciará una nueva era en el balompié mundial? Rusia 2018, eso sí, abrirá paso a la modernidad del juego. El VAR (Video-Assitant Referee) llegó para añadir justicia y caos. Si el experimento funcionará a perpetuidad o quedará en anédcota dependerá de Rusia 2018, el Mundial de la hipercomunicación con el terrorismo y el dopaje como telón de fondo. El Mundial de la Rusia imperial.