Voltereta monumental
Si la caída del jueves ante Delfín ya era una de las vergüenzas más grandes de la historia de Colo Colo, el show del viernes en la sala de conferencias del Estadio Monumental sencillamente no tiene nombre.
El entrenador estaba renunciado, por la magra campaña, por el papelón, porque la paciencia de los hinchas está agotada.
Dos horas y media después, el panorama cambió radicalmente. Los jugadores, formados como la guardia pretoriana de un emperador romano, se pararon detrás del técnico y comenzó un acto de desagravio dedicado a una víctima que parecía estar afectada por la peor de las injusticias de la vida.
El presidente, la autoridad del club, el dueño, el propietario, el patrón, comienza con un discurso casi con tinte de ruego para que el entrenador se quede y no los abandone. Que pese al papelón, es el más adecuado para seguir.
El capitán del equipo se echa la culpa, dice que se tienen que ir todos los jugadores si no logran los objetivos, se inmola hablando desde una testera. Posiblemente los argumentos más convincentes que él y sus compañeros podrían haber dado no eran palabras, si no que un poco más de coraje en la cancha ante el discretísimo Delfín.
¿Y el director técnico? Termina como un mártir. Se siente emocionado por la muestra de cariño. Tal como un mesías, dice que es muy difícil abandonar a su rebaño sagrado. De paso, le presta ropa al presidente y lo exculpa de todo. Patética escena.
Entremedio de toda esa verborrea, desliza una de las pocas frases racionales y con sentido de toda la noche, pero incoherente con la realidad actual de los albos: "El presidente debe estar por sobre el entrenador".