La dignidad extraviada
La frase de David Pizarro fue similar a sus enganches marca registrada, esos que resuelven los problemas al hacer pasar de largo al rival y que lo dejan solo y con el balón dominado. El porteño le apuntó medio a medio con una frase tras la derrota ante Racing de Avellaneda: "Hemos recuperado nuestra dignidad".
Suena fuerte y duro, pero Universidad de Chile había extraviado el norte. Y no solo durante los 10 días terribles que describió Ángel Guillermo Hoyos el día de su partida. El asunto venía mal de antes y no todas las culpas eran del adiestrador de la palabra mística y la comparación absurda.
Un equipo con jugadores que se creen superhéroes, donde no queda claro quién manda, donde los estamentos que dirigen no se hablan entre sí y donde las soluciones parecieran muchas veces ser peor que el problema, alimentaban el pesimismo extremo.
Muchos hinchas de la U y varios del fútbol chileno en general -me consta- rezaban porque los azules no recibieran otra boleta. La honra mancillada en Quillota y en Belo Horizonte, más el despelote interno, daba para pensar en una goleada ya no histórica, quizás bíblica.
Lo mostrado en el Cilindro de Avellaneda, donde tenían la fiesta armada para despedir a Lautaro Martínez y para darle en el suelo a un rival que llegaba con seis titulares menos y aparentemente con la moral destruida, terminó siendo una buena noticia.
Hasta las 19 hora del jueves, la Sudamericana era el máximo premio posible. Pero todo lo bueno que hizo la U en la cancha del Juan Domingo Perón ayudó a ilusionarse con la opción de ir a por los octavos de final de la Libertadores. La U mereció empatar y era justo que siguiera con vida hasta la última jornada del grupo. Fue una de esas derrotas que dejan a los hinchas con mucha bronca y, paradójicamente, con un buen sabor de boca.
Las individualidades y el conjunto funcionaron. Fernando de Paul confirmó algo que siempre se supo: que el equipo no depende solo de una persona. Y las lágrimas de Nicolás Guerra terminaron enterneciendo a una afición hostil, pero justa en el elogio.
Cuando nadie nada un peso, la U recuperó la dignidad. Con la mística de siempre pero que, vaya uno a saber por qué, andaba extraviada.