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Qué la AFA es una bolsa de gatos no es novedad. Que el medio argentino, en todos sus ámbitos, es bastante más bravo que el chileno, tampoco. Y que la selección trasandina, antes, durante y, especialmente, después del Mundial se transformó en un fierro incandescente, menos. En el medio, solo, absolutamente solo está hoy Jorge Sampaoli, quién se aferra a su convicción (y contrato) para mantenerse al mando de la Albiceleste. “Qué me vaya o traigan a otro no soluciona nada”, repite incansablemente en los pasillos del complejo de Ezeiza.

Para peor el casildense ha debido sortear la tempestad sin cuerpo técnico, sin un equipo de colaboradores que, al menos, se haga contención entre sí. La renuncia de Sebastián Beccacece y compañía terminó de demostrar que el reencuentro de la sociedad que tantos frutos dio en la U y la Roja fue una mala idea. La segunda parte, lamentablemente para ambos, no fue ni la sombra de la versión anterior. Un matrimonio por conveniencia.

En gran parte del proceso Sampaoli y Beccaccece hicieron la pega. O lo intentaron. Previo al mundial, entre amistosos y partidos clasificatorios, emplearon 59 jugadores, una cifra inimaginable para el medio chileno. El problema visible fue la falta de un fondo de juego, un funcionamiento adecuado, sacarle rendimiento a los cracks que brillan en Europa, pero en rigor había algo más profundo, multifactorial. Y uno esos errores fue haber creído que la dupla técnica, recargada, tendría el éxito esperado.

Sabido era que la relación de ambos en la selección chilena se había deteriorado, que más allá de la legítima aspiración de Beccacece por emprender una carrera como entrenador, existía un evidente distanciamiento. La historia de la separación es conocida. Ciclo cumplido. Y un invaluable legado técnico en el fútbol chileno.

Erróneamente, e inspirado en la U y la Roja, Sampaoli pensó que reeditando la fórmula el plantel argentino tendría un interlocutor de lujo para asimilar la idea y adquirir el funcionamiento que siempre caracterizó a sus equipos. Lo que el ex DT de Chile no calibró fue que Beccacece no fue jugador ni era un técnico conocido en Argentina. En otros términos, no tenía el peso específico necesario para ser el fusible entre el técnico y los jugadores. Un asunto de legitimidad, no de capacidad.

Independiente de que la responsabilidad mayor en la campaña de Argentina en el Mundial fue de Sampaoli, obviamente sin eximir a los jugadores, que el rol de Beccacece haya sido cuestionado desde antes de la Copa del Mundo le hizo un flaco favor al proceso. No olvidemos que en el medio argentino se instaló que Messi y algunos jugadores influyentes no lo cotizaban y que luego en Rusia terminó convertido en un holograma, en un actor pasivo, en un ayudante técnico que se limitaba a estar sentado en el banco. Ahí algo se rompió. Y acentuó la soledad de Sampaoli.

Las manifestaciones de los seleccionados argentinos en sus redes sociales tras la eliminación frente a Francia fueron particularmente reveladoras: nadie se acordó del cuerpo técnico. Ni juntos ni separados. Vaya contraste con lo ocurrido en Chile donde el reconocimiento de sus dirigidos fue prácticamente unánime. Las declaraciones de Beccacece respecto de las discrepancias con Sampaoli admitiendo que tuvieron conversaciones cara a cara ahorran mayores comentarios.

Por estas horas, mientras Beccacece se reinstala en la banca de Defensa y Justicia, Sampaoli aguanta el chaparrón coordinando el armado de la Sub 20 que jugará el torneo de L’Alcúdia. Pese a que le filtraron el contrato (indemnización de 8.9 millones de dólares), tiene una gran parte del estadio en contra y el plan de desestabilización de algunos dirigentes para inducir su renuncia sigue en pie, el ex técnico del Sevilla se mantiene estoico en sus funciones. El punto es cuánto podrá soportar en el limbo con un apoyo político tan feble. Convengamos que si fuera por 'Chiqui' Tapia ya lo hubiese desvinculado.

El gran pecado de Sampaoli fue no poder transformar las individualidades en un equipo competente. Y no tener el piso para armar el plantel en función de su convicción más profunda. No puede ser que tener a Messi sea más un problema que una solución. Lamentablemente para Argentina ser segunda es perder. La vara siempre está demasiado alta.

La pregunta ahora es quién encabezará la reingeniería y si el crack del Barcelona está dispuesto a continuar vistiendo la albiceleste. Sampaoli perfectamente puede liderar ese proceso, pero debe obviar su idolatría por el 10 y trabajar con jugadores de su palo. Si lo logra, la Copa América de Brasil 2019 puede ser su redención.