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Triunfazo de Temuco

Hace un buen rato que los triunfos morales no son tema en Chile. Lo de Temuco es un fracaso, porque no pudo seguir avanzando en la Copa Sudamericana, pero es una victoria por goleada en varios aspectos: misticismo, deportividad, coraje y amor propio. La primera participación internacional de Temuco va a quedar en el recuerdo de toda Sudamérica no por el error administrativo ni porque su dueño sea Marcelo Salas, si no por la actitud que demostró en Buenos Aires, al ir a ganarle a uno de los "cinco grandes" -nombre que esta vez le quedó como poncho a San Lorenzo- y por estar muy cerca de dar vuelta el resultado administrativo con una actuación heroica en la revancha del Germán Becker. Y todo eso fue a base de puro corazón.

El espíritu de los clubes legendarios del fútbol nace gracias a proezas que no siempre están asociadas a un resultado positivo en la cancha, a que el marcador registre al menos un gol más que el rival.

Lo de Temuco fue extraordinario. Una de las presentaciones más contundentes que se le recuerde a equipo chileno alguno en competencias sudamericanas. A los mayores de 40 les hizo recordar el Cobreloa de Vicente Cantatore, un equipo que era como la Teletón y los terremotos: podía unir a todos los chilenos por una misma causa.

De no mediar la notable actuación del arquero Nicolás Navarro, los del Ñielol serían hoy el próximo rival de Nacional de Montevideo. Navarro, eso sí, eclipsó su faena acusando agresiones y conspiraciones, algo que sirve como excusa para explicar algo que los debe avergonzar: que un equipo tan malo como este San Lorenzo figure en la siguiente ronda pese a perder los dos partidos.

Temuco ganó en la cancha dos veces, pero no clasificó. Tal como tituló un ingenioso director de diario en la portada de un matutino en mayo de 1994 cuando Marcelo Ríos cayó ante Pete Sampras en Roland Garros, la "derrota triunfal" sería la paradoja que explicaría este absurdo. Pero es más triunfal que derrota. Temuco no avanza en la Sudamericana, pero sembró las bases de un misticismo que debería ser eterno y glorioso. Y eso vale más que una Copa.