A 10 años de la proeza curicana

Los sueños van cambiando a lo largo de la vida. Uno crece, madura, tiene hijos, las prioridades cambian. Pero, en el fondo del alma, siempre permanece escondido ese anhelo que nadie más entiende, ese sueño al que no puedes renunciar, aunque ahora peines canas y todo haya cambiado demasiado.

Hace 10 años fui testigo de un día que jamás creí que llegaría. Uno de esos regalos que sólo te da el fútbol. Uno de esos días que hacen de este el juego más lindo del mundo. El sueño de mi vida era ver jugar a Curicó en Primera División. Y lo conseguimos hace una década, años que pasaron como un pestañeo.

Es probable que a algunos les parezca algo menor, una frivolidad o una vara demasiado baja. Pero en mi biografía personal y familiar, ese día está guardado como ningún otro.

Voy al estadio desde antes que mis recuerdos. Mi abuelo Osvaldo Arcos Méndez, miembro del grupo de padres fundadores que dieron origen al club en 1973, me llevó a la cancha desde que tengo dos años. También iba mi padre, mi abuela, mi hermano, mis tíos, mis tías y mis primos. Una verdadera tribu. Comprenderán que para mí Curicó Unido es muchísimo más que un
equipo de fútbol. Es mi familia, mi infancia, mi crecimiento. No hay mejor niñez que una vivida en el estadio, al borde de la cancha, mirando la pelota rodar y palpitando, sin saber por qué, por los colores de una camiseta. Nunca ganamos. Nunca. Me críe aprendiendo a perder mucho más que a triunfar. Descendimos. Regresamos. Y en todo ese trayecto estábamos ahí, los mismos, en la misma tribuna, sabiendo que la gloria era para otros.

El 27 de octubre del 2008 Curicó Unido selló su primer ascenso a la división de honor. Triunfo por la mínima ante Puerto Montt, en La Granja. Había mucho más gente que cuando era niño y los rostros habituales éramos los mismos. Pero no estaban todos. En mayo de ese año, después de ser dirigente por 35 años, Osvaldo Arcos Méndez, mi abuelo, falleció. Se fue sin cumplir el sueño de su vida que era el mismo mío: ver al Curi en Primera.

Ese día fue especial. Antes el partido me encontré con Luis Martínez, el héroe de mi infancia, el máximo goleador curicano de la historia. Me saludó por mi nombre y mi corazón se paralizó. Mi ídolo me conocía. ¿Cuántos pueden contar eso?

El gol de Rodrigo Riquelme sigue siendo el más gritado de mi vida. Más que el penal de Alexis Sánchez por la Copa América. Más que el del Gato Silva por la Copa Centenario. Más que cualquiera. Debía gritarlo fuerte para que mi abuelo lo escuchara. Quiero creer que lo oyó donde quiera que esté. Luis Marcoleta, Chuleta Vásquez, Paragua Riquelme, Jota Albornoz, Mariachi Núñez, Bibencio Servin, Juan Carlos Muñoz, Cachi Bechtholdt, el abuelo Briceño, Marcos Sepúlveda. Algunos nombres de ese equipo.

Me perdonaran la licencia por escribir sobre esta efeméride que quizás pocos recuerdan, pero estoy seguro que un amante del fútbol lo valora. Da igual el color de la camiseta. Amamos el fútbol por días como el 26 de octubre del 2008.

Prohibido olvidar.