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A menos de dos meses del debut ante Japón en la Copa América de Brasil cunde la incertidumbre respecto de la nómina definitiva y el regreso de varios históricos a quienes cientos de miles de técnicos virtuales reclaman desde hace tiempo.

Lo cierto es que esas dudas no solo reinan en algunos campeones de América que por distintas razones, públicas y de las otras, han quedado afuera del proceso sino que aplican también para Reinaldo Rueda, de deteriorada relación con el directorio de la ANFP y cuya continuidad está supeditada a la actuación de la Roja en el torneo continental.

Tras escuchar la última conferencia de prensa del colombiano no hay que ser muy agudo ni leer entrelíneas para comprender que la cancha está rayada. Fue explícito y nadie en Quilín salió a decir lo contrario. En Brasil se juega el puesto. Los resultados de la transición lo condicionan pese a haber hecho el camino adecuado buscando el recambio. El fútbol es frío. Los resultados mandan. Y el agravante en el escrutinio futbolero es la falta de identidad de juego.

Bajo este complejo contexto la clave será que los seleccionados, y muy en especial los históricos, aquellos que ganaron una o dos copas, se reúnan, encierren en el camarín, digan todo lo que tengan que decir y se mentalicen para ir a Brasil a competir, no a participar. ¿Borrón y cuenta nueva? Llámenlo como quieran. La lista está en la cabeza de Rueda y solo él sabe si hay cabida para Bravo, Beausejour, Díaz, Valdivia o Vargas. Los que entren tienen que saber hacer una catarsis.

De seguro, las dinámicas pasadas no volverán. Si Claudio Bravo es convocado, como debería ser por su categoría y lo que representa, probablemente no tendrá la complicidad de antaño con Vidal ni sus más cercanos. Habrá que admitir que las confianzas cambiaron, pero eso no significa que el objetivo común se haya visto alterado. Conversando se entiende la gente. Y no puede ser de la boca para afuera. Da lo mismo si el plantel ya no tiene un grupo de Whatsapp donde echar la talla. Si el recelo prevalece se convertirá en el peor enemigo de la selección.

En un escenario donde cada detalle cuenta, la cohesión de los jugadores debe ser la base de todo, el pilar que sustente el funcionamiento individual, colectivo y la idea del técnico. Admitir que todo tiempo pasado fue mejor y que las diferencias entre algunos referentes son irreconciliables son un hándicap que la Roja no puede darse el lujo de asumir. Chile debe honrar su memoria reciente, tener actitud de campeón defensor y separar la paja del trigo. Bravo, Alexis, Vidal, Aranguiz y Medel merecen una revancha, una nueva oportunidad, pero tienen que ser ellos quienes tiren el carro desde sus propios liderazgos. Este, además, debe ser un acto de compromiso pero a la vez de generosidad porque hoy los tiempos cambiaron y perfectamente Bravo y Medel podrían quedarse en el banco por decisión técnica.

Los sobrevivientes de la generación dorada y quienes por determinación de Rueda, tras el proceso de renovación, integren la lista final de los 23 habrán llegado hasta ahí con una misión ineludible: buscar el tricampeonato. Hoy el favoritismo está lejos de la Roja, pero el respeto mundial persiste y en el inconsciente colectivo de los chilenos no solo permanecen esas imágenes imborrables de 2015 y 2016 sino que se incuba anhelo de una nueva hazaña. Difícil, muy difícil, ¿pero por qué no intentarlo? Todos juntos.