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Collao y la errada fuga de talentos

Un nuevo foco de conflicto se abrió en Universidad de Chile, a raíz de la confirmación de la inesperada salida de Gonzalo Collao. El arquero, de 21 años y que en el inicio del ciclo de Reinaldo Rueda pasó por la Roja, no renovará contrato y partirá al fútbol de España. Una penosa pérdida para los azules. Lo dejó en claro Rodrigo Goldberg, secretario deportivo del club, durante la presentación de Osvaldo González.

En la ocasión, Goldberg también precisó que otro joven de la U, el volante Nicolás Clavería, partió a realizar una pasantía al Extremadura, cuadro de la segunda división de España. El mediocampista central tampoco ha renovado contrato y podría emigrar como jugador libre en un futuro inmediato. Algo que ya realizó Yerko Leiva, quien hoy se encuentra sin club y a la espera de enrolarse en el extranjero.

Si finalmente Clavería optará por marcharse, la U perderá tres jugadores surgidos desde el fútbol formativo. Antes ya pasó lo mismo con los juveniles argentinos Valentín Castellanos y Nazareno Solís y con el chileno Christian Bravo. En los otros clubes grandes, los casos de Bryan Rabello y Pedro Campos retrotraen a lo mismo.

La lista de jóvenes surgidos del fútbol formativo nacional que partieron al exterior es extensa. Varios ni siquiera habían debutado en el profesionalismo cuando partieron a probar suerte a México o Europa, por ejemplo. Malos consejos, la opción real de recibir un sueldo inimaginable y el poco afecto hacia el cuadro de origen en una época hegemonizada por clubes globales como Barcelona y Real Madrid pueden ser las razones del fenómeno.

Antes de la entrada en vigencia del nuevo estatuto del jugador que, entre otras cosas, obliga a los clubes a firmar contrato con los futbolistas de casa a los 18 años, los juveniles que se insertaban en el fútbol profesional, laboralmente, deambulaban en una nebulosa absoluta. Era una cosa inaceptable en un negocio que ya movía harto dinero.

Cada jugador podía actuar por el primer equipo sin contrato hasta cumplir 23 años y cumplida esa edad quedaba libre. Por si fuera poco, ese primer lazo contractual podía ser unilateralmente prorrogado hasta por cuatro temporadas. En muchos casos la libertad de acción para una gran mayoría solo era posible a los 26 ó 27 años, casi una década después de lo que hoy viven los juveniles chilenos.

Por supuesto que el escenario laboral de los futbolistas jóvenes en la actualidad es inmensamente superior al que les tocó vivir a los jugadores en el pasado. El estatuto del futbolista es el gran legado de Carlos Ramos, Carlos Soto y compañía en su labor en el Sifup. Pero estamos en Chile y si podemos sacar alguna ventaja, claro que nuestra esencia nos llevará por el camino más fácil. Isaac Carrasco, mítico DT del fútbol de ascenso de antaño, tenía harta razón con su frase “La raza es la mala, parrita” cuando criticaba el comportamiento chileno.

El espíritu del estatuto del jugador estaba claro en un comienzo. Consistía en obligar a los clubes a firmar contratos sensatos con sus futbolistas a los 18 años, esencialmente, para evitar que jóvenes cumplieran con obligaciones de profesionales en medio de la informalidad contractual. Sin embargo, después todo decantó en lo que ha venido sucediendo actualmente.

Todos los imberbes chilenos partieron al exterior con la esperanza de hacer carrera, consolidarse en medios extranjeros y venir de vez en cuando al país para sumarse a la Roja. Pero a solo dos de ellos les fue bien: Mauricio Isla y Luis Jiménez. Ambos emigraron siendo unos desconocidos y en Europa se hicieron un nombre importante. Los demás no consiguieron lo esperado y muchos incluso terminaron retirados del fútbol. ¿En ese caso no habría sido mejor quedarse y lidiar a fondo por un puesto de titular en el club de origen?