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La U y el animal muerto

Es sábado, son las cinco de la tarde. La U acaba de perder 3-2 ante Palestino. Es penúltima del campeonato. Si éste terminara hoy, está descendiendo. En el centro del campo los jugadores están reunidos: algunos bajan la mirada, se toman la cintura. Otros miran a la tribuna: aplauden, piden disculpas. Por algunos minutos se niegan a dejar la cancha. Se quedan estáticos, lanzan gestos extraviados, no saben a dónde ir.

Quizás exagero. Quizás no. Pero para mí, el sábado a media tarde fue la primera vez en el año que pensé que la U puede descender. No fueron los goles de Palestino, ni una nueva derrota. Fue el silencio en el estadio, los rostros indignados de los ‘chunchos jóvenes, intentando digerir lo desconocido.

¿Qué pensará Nicolás Guerra? Nació el 1999, fue bicampeón a los dos años, y mientras estaba en inferiores le tocó ver en primera fila la era Sampaoli, la Copa Sudamericana y el tricampeonato. Cuando lo ascendieron al primer equipo seguramente hablaba de eso: copas, vueltas olímpicas, quedar en la historia. Hoy está a ocho fechas de caer a Primera B.

Creo que una de las razones principales de por qué la U puede perder la categoría esta temporada es porque no tiene un equipo que sepa pelear éstas instancias. Sus jugadores no saben donde están parados, parecen estar jugando a otra cosa. Son una mezcla de jóvenes inexpertos y experimentados sin jerarquía. El eslabón más débil de la cadena.

“Los puestos de descenso son un territorio salvaje y desértico, en el que casi todo está cerrado. Es imposible divertirse. Es difícil mantener la sangre fría sí lo bordeas”, describe Juan Tallón la lucha en la parte baja. Y en esa lucha, los que se salvan son aquellos “que mientras en las cabezas de los otros candidatos bullía la posibilidad del descenso, en la suya ardía una convicción muy distinta: mantenerse”.

Esos equipos son una especie reconocida. No temen aferrarse a las matemáticas, ni salir semana a semana con la calculadora. Creen en la ciencia por sobre la fe. Entienden que ahí abajo no hay que gustar, ni ser buenos, ni ser felices. El lema es adaptarse a las circunstancias: no ser el animal muerto.

La U hoy es todo lo contrario. Le sigue interesando la imagen, se esmera en jugar bonito y no transa los tres delanteros. No sabe ganar, ni replegarse. Cada vez que está en ventaja se asusta, exhibe el nervio. La U hoy es carroña frente a un grupo de hienas sonrientes. Es carne madurada, al borde de pudrirse. El animal que va rumbo al matadero, y aún no se entera.