Futbolistas y el nuevo Chile
En medio de las múltiples aristas del estallido social el Chile, el fútbol no ha estado ausente. Y, en general, para bien. Desde aquella primera declaración de Braulio Leal, citada por Cristián Arcos en la columna anterior, distintos exponentes del balompié criollo no solo han empatizado con el movimiento sino que, con ejemplos concretos propios y de su entorno, desde su actual estatus de privilegio se han acercado a quienes padecen la brutal desigualdad del país.
Que el mundo del fútbol se exprese más allá de la cancha siempre será saludable. Como lo hizo Marcelo Bielsa este mediodía de Inglaterra o Jean Beausejour a comienzos de semana cuando invitó a sus excompañeros de la selección a tomar partido, a fijar posiciones respecto de las reivindicaciones. Implícitamente les dijo que debían salirse de burbuja de la fama y los grandes sueldos y conectar más profundamente con el ciudadano de a pie.
A los dichos de Leal y Beausejour, solo en radio ADN se sucedieron grandes testimonios: Nicolás Maturana, José Pedro Fuenzalida, Jorge Deschamps, Iván Morales y Esteban Paredes. Imposible fue no recordar que hace siete meses Maturana había reclamado por el cobro de los medidores inteligentes y el perjuicio para la gente de menos recursos o no valorar la información entregada por Fuenzalida y Paredes respecto de que varios de sus compañeros habían participado anónimamente de las marchas. En el camarín de Curicó, relataba Deschamps esta semana no se escuchó Reggaeton sino las noticias de la radio.
La conciencia de social de los futbolistas de primera división se agradece, pero debe ser también permanente. Como dice Beausejour, al reconocerse como un privilegiado, este debe ser un momento de inflexión, un punto no retorno en muchos aspectos. Y para los jugadores, como para cada uno de nosotros, el nuevo orden, independiente de los eventuales cambios institucionales, financieros y ojalá estructurales, debe suponer un cambio valórico. Hacernos reaccionar y convertirnos en mejores personas, más integradas y solidarias. Que lo que hemos vivido a partir del viernes 18 de octubre sea un puntapié inicial para nuevos y mejores tiempos. Ahora en serio.
Sabemos que las palabras y buenas intenciones muchas veces se las lleva el viento, pero los múltiples testimonios y las reflexiones posteriores esta vez no pueden echarse por la borda. Cuando la vida recobre su presunta normalidad no debe haber cabida a la misma indolencia e individualismo. La sociedad chilena, especialmente en las capas más jóvenes, se empoderó y va resguardar la vía pacífica, pero activa en torno a las mejoras. En el fútbol hay jugadores que viven en un oasis y otros que sufren las mismas precariedades de millones de personas. Bien por los primeros que a través del Sifup se han propuesto trabajar o han manifestado su preocupación por los derechos de quienes están más desvalidos.
Las muestras de unidad entre barras antagónicas que han convivido en estos días o, al menos, conversado civilizadamente para alternar su presencia en Plaza Italia tampoco pueden pasar inadvertidas. Si esta coyuntura favorece a futuro un ambiente distinto, menos violento, será una ganancia importante. Si, en cambio, fue solo un aprovechamiento circunstancial, quedarán rápidamente en evidencia. Y de la peor manera. Las malas prácticas de algunos están en la retina de todos.
Chile cambió. Pero el país debe volver a funcionar porque más allá del modelo y sus cuestionadas formas, el trabajo y la economía son su motor. La sociedad se expresó transversalmente y el fútbol aportó con su grano de arena. Ahora, es tiempo de bajar las revoluciones, actuando, proponiendo y fiscalizando. La pelotita debe volver a rodar y las sociedades anónimas deportivas preocuparse también de funcionar a escala humana, con sentido social, desde la fijación del precio de las entradas hasta las condiciones laborales de los funcionarios de segunda y tercera línea. Un desafío no menor. Pero impostergable. No hay margen. Ni un camino alternativo. El pueblo habló. No existe vuelta atrás.