Hernández

Los 50 de Agassi, Chile y una anécdota increíble

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El próximo martes el tenista más carismático de los 90 y mediados de los 2000 cambiará de folio. Una fecha simbólica en medio de su cuarentena y una crisis sanitaria brutal en Estados Unidos. Inevitable es recordar su derrota ante Marcelo Ríos en la final de Miami 1998, la mini rivalidad que tuvo con el zurdo en los años siguientes y que Fernando González lo haya derrotado en Washington cuando era número uno del mundo. Aquí, una anécdota de este columnista con Agassi digna de Ripley.

(La historia ocurre en marzo de 2007 en Miami, una entrevista -y su trastienda- pactada para promover su visita a Santiago donde enfrentaría a Marcelo Ríos en una exhibición. El relato es en primera persona…)

A solas con el Kid

A diferencia de la mayoría de las islas del sur de la Florida para llegar a Fisher Island hay que hacerlo en ferry. Y no es porque el condado o quienes viven ahí no puedan costear un puente… es simplemente porque no hay mejor forma de mantener la exclusividad de un lugar donde el departamento más pequeño, un estudio, cuesta un millón de dólares.

Subirse a la embarcación no es sencillo. En el terminal hay tres carriles para los vehículos: uno para los propietarios, otro para los socios del club de golf y un tercero para las visitas, que deben estar registradas en un cuadernillo.

Lógicamente, los dos primeros tienen prioridad y si el ferry se completó hay que aguardar el siguiente nomás. A veces, la espera se prolonga por varios minutos porque por el mismo canal zarpan los cruceros a mar abierto y el oleaje que provocan puede ser peligroso para la estabilidad del pequeño barco.

El sitio es imponente. Y ningún auto que cruza cuesta menos de 40.000 dólares. En el centro de la isla está emplazada una bellísima cancha de golf y a su alrededor se levantan pomposos edificios con vista a los 18 hoyos y al océano Atlántico. Tiene club house, canchas de tenis, embarcaderos con yates de lujo, playa privada y restaurante con vista al mar. Nada fue dejado al azar.

Media hora antes de la hora acordada me presento en la recepción donde una joven certifica que "Mr. Agassi" tiene pactada una entrevista a las 16:00 horas. Busca el número de su departamento y lo llama por teléfono, pero no hay respuesta. Pide que no me preocupe y espere junto a la piscina porque el ex número uno del mundo va a llegar a la hora convenida.

A las 15:55 vuelvo al ataque interesado en conocer la locación donde haríamos la nota. Para mi sorpresa la recepcionista llama a un asistente que me conduce en un carro de golf a un edificio distante a unos 150 metros. Nos bajamos, pero en vez de dirigirnos a algún salón, enfilamos directo al ascensor. De ahí al cuarto piso y, enseguida, al departamento 432. El empleado, con la certeza de la misión cumplida, se retira.

En la puerta figuran unas zapatillas de tenis, hawaianas de mujer, un par de zapatos de niño y un periódico envuelto. Intuyo que algo anda mal, que estoy absolutamente fuera de protocolo, pero como ya no hay vuelta atrás y estoy completamente jugado, toco el timbre. Son las cuatro en punto de la tarde de Miami.

La puerta se abre. Trago saliva. Es el mismísimo Andre Agassi, en polera sin mangas, short y descalzo quien se asoma y me mira con desconcierto y cara de sueño. Sólo atino a decir que soy el periodista chileno que viene a entrevistarlo, él algo incómodo, responde que estaba durmiendo, que ese no es el mejor lugar para conversar y me espera en el lobby en cinco minutos. Eramos él, yo, y unas cuántas zapatillas.

Tras el primer cara a cara con Agassi y totalmente convencido de la metida de pata bajo a la puerta del edificio, sin saber lo que me espera. Quizá el pelado se había molestado y mandaba a decir que la entrevista se cancelaba. O me echaba con los guardias. O de la media hora prometida me recibía con suerte cinco minutos...

Nada de eso. El "Kid de las Vegas", campeón de ocho Grand Slam, número uno del mundo más veterano de la historia, se presentó a los cinco minutos. Clavados. Se había cambiado de polera, puesto jeans y zapatillas. Saludó con amabilidad, reiteró que estaba durmiendo y me invitó a subir a un carro de golf. "Yo conduzco", dijo el ya retirado multicampeón.

En la ruta al club house me mostró unas ampollas en su mano derecha. Había entrenado por la mañana con Andy Murray y explicaba que las heridas eran producto de su inactividad. En eso estábamos cuando sonó su celular. Era su agente para advertirle que se había producido una severa descoordinación, pero él, con total relajo, se limitó a decir “descuida, todo está en orden”.

Entrevista y más anécdotas

Una vez en el destino y tras saludar gentilmente a un par de personas que lo reconocieron buscamos un lugar apropiado. Entramos a un salón, acogedor, privado, pero a Agassi no le agrada. "¿Por qué?", le pregunto. "Porque la música ambiental te va ensuciar la grabación", me contesta. Un fenómeno.

Finalmente, llegamos a un pequeño comedor. Ahí se siente a gusto. Aún preocupado por la interferencia, le pregunta al mozo si puede cortar la música ambiental. El empleado lo hace y comienza la nota, 30 minutos en los que no le hizo el quite a ninguna pregunta.

Dijo que Roger Federer era mejor que Pete Sampras, que nunca se preocupó si era o no más popular que "Pistol" en Estados Unidos, que agradecía haber tenido una carrera tan exitosa y estaba cansado de la sobre exposición.

De los chilenos, comentó que Fernando González podía seguir subiendo y que Nicolás Massú era un luchador extraordinario. Elogió a Marcelo Ríos por su enorme talento, pero aseguró que le faltó disciplina para haber tenido una carrera más larga. También dijo que le sorprendió que nunca hubiese ganado un Grand Slam.

Agotados los temas, el ex campeón de Australia, Roland Garros, Wimbledon y US Open para mi sorpresa no se retiró. Amablemente, me pidió que le contara algo más de Chile y confidenció que iba a viajar con su familia a la exhibición que tenía programada en septiembre (2007). Luego, aplicó su mejor sonrisa para una foto. "Claro, así la gente sabe que estoy entusiasmado por conocer tu país", apuntó. Un crack.

Casi una hora después de haber tocado impertinentemente el timbre de su departamento Agassi se despide con amabilidad, sube al carro de golf y viaja de retorno a casa donde le esperan Steffi Graf y sus dos hijos. Yo, en cambio, luego de semejante "notón", me dirijo al restaurante para celebrar con una cerveza bien helada. "Please, one Corona", le digo con una sonrisa de oreja a oreja a la señorita que atendía. A los pocos segundos la joven trae una bandeja de panes y pregunta el número de mi departamento. "No estoy acá, pago en efectivo", le respondo en inglés. "Ahh, lo siento –me dice también en inglés– acá todo se carga a la cuenta de los propietarios, no te puedo atender". Un papelón.

Resignado, no cabe más que irse. Y cuando me estoy parando, la chica en perfecto español me pregunta: "¿Eres chileno cierto?". "Sí", le digo yo... "Ah, es que yo soy de Viña del Mar". Y como premio de consuelo mientras se llevaba los pancitos me dice “pero puedes quedarte un rato aquí si quieres”. ¡Plop! Igualito al chiste que contaba Sandy del chileno que tomaba un taxi en Nueva York.

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