Lo que perdimos el 2020
Si hay algo que distinguió el 2020 fue su incapacidad para ofrecernos alguna vez certeza. Nos enseñó a vivir entre la duda y la incertidumbre. En una sala de espera permanente, trotando en el mismo sitio, con el murmullo de una televisión encendida de fondo.
El 2020 fue, en mi caso también, el año de la pérdida. El año que nos arrebató un par de brújulas, y eso no se reemplaza, ni se recupera. Cuando aún no hablábamos del coronavirus nos dejó Kobe Bryant. Meses después fue Maradona. No se me olvida más qué estaba haciendo cuando me enteré que fallecieron. Tampoco la incredulidad que vino después: la pena, la sensación de abandono. Perder a alguien que estaba ahí desde antes que nacieras es muy duro. En la vida y el fútbol resulta difícil cambiar los pilares de siempre por unos nuevos.
Pero tuvimos que aprender a sobrevivir, sobrellevar el luto como si fuese una ruptura amorosa: cruzar el mar con los recursos que se tenga a mano. De estar tantos meses sin fútbol nos empezamos a acostumbrar a los partidos sin público, a las gradas pintadas, a las voces pre grabadas. Escuchar los gritos de los jugadores como si fuesen nuestros amigos en la liga del fin de semana. En una crónica, Roberto Merino decía que había pocos olores más tristes que un colegio en verano. Pienso en eso cada vez que entro a un estadio vacío.
De todas formas lo intentamos. Lo hicimos porque en el fondo creíamos que un día todo se iba a acabar y volver a la normalidad —quizás, la palabra más manoseada del año—. Convivimos con esa esperanza culposa durante meses, pero hay cosas que no vuelven: Carlos Campos, uno de mis ídolos. Las miles de vidas que nos arrebató la pandemia de un plumazo.
Tuvimos que reordenar nuestras prioridades. Aprender a vivir alejados, desapegados de los otros, unidos a una pantalla. Resguardamos la ilusión en la habitación más pequeña de la casa. Hace unos días vi en redes sociales una foto de Maradona. Posa feliz arriba de un avión. Debajo un mensaje: cómo nos gustaría que fuese mentira, que un día aparecieras en un programa de televisión, que dijeras que todo es una broma.
Sabemos que es imposible, pero una cosa es segura: si pudieran, muchos optarían por eliminar el 2020. Saltar las partes difíciles, adelantar algunos momentos, eliminar unos cuantos personajes. Los entiendo. Pero también estamos los otros. Aquellos que esperamos el nuevo año para observar la última parte de esta película sombría y pesada. Ya no buscamos una enseñanza en ella. Quizás sólo pensamos que un día nos será útil.