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Hernández

Cuestión de voluntad

Cuestión de voluntad

Uno de los videos más compartidos esta semana en las redes sociales de los seguidores del deporte fue un viral de un grupo de niños africanos que, raqueta en mano, hacían fila en una calle de tierra, entraban a una casa y tras recorrer un angosto pasillo se dirigían al patio trasero donde un veterano profesor les lanzaba pelotas en una improvisada cancha de tenis. Esto ocurrió en Camerún y fue parte de una actividad de la Academia Oyebog.

El entusiasmo de esa veintena de niños y sus abnegados profesores traducido en un registro inolvidable motivó cientos de miles de reacciones. Un botón de muestra: Novak Djokovic quién publicó en Twitter que “esto es puro amor y pasión por el tenis, amo este video y le envío mi gratitud a los entrenadores, es genial como los niños cantan y saltan mientras esperan su turno para pegarle a la pelota”.

Esta conmovedora iniciativa que ustedes pueden revisar en el link adjunto al cierre de esta columna, no es única. Está lejos de serlo. El extenista chileno Hans Podlipnik colabora con el programa Tenis para Todos en Uganda donde decenas de niños practican diariamente este deporte y lo ven como un vehículo para salir de la pobreza, acceder a estudios complementarios y, eventualmente, seguir vinculados al mundo del tenis. En el video promocional del proyecto uno de los niños cuenta que camina dos horas diarias para ir a la escuela y jugar tenis porque su sueño es ser piloto de avión.

Si bien Africa es un ejemplo extremo de pobreza y desigualdad, en América Latina no estamos mucho mejor. Y aunque Chile, pese al brutal impacto de la pandemia, sigue marcando arriba en los indicadores macroeconómicos de la región, basta darse una vuelta por los sectores populares, aquellos más carenciados y con evidente riesgo social para los niños, para comprobar que las áreas verdes e infraestructura deportiva son insuficientes o están muy deterioradas.

Ahora bien, y el video lo demuestra con creces, con un poquito de convicción, creatividad, amor por el deporte y conciencia social se puede hacer mucho. Los niños y niñas siempre serán materia dispuesta. A fin de cuentas, se trata de divertirse, de tener un espacio de distracción y esparcimiento. De seguro, la mayoría aceptaría la invitación a jugar tenis o cualquier otro deporte. El tema es que hay que organizarlo y la pregunta del millón quién se hace cargo.

El programa ugandés tiene una expresión bastante anterior en Chile con el proyecto Futuros para el Tenis (también impulsado por Podlipnik) que se desarrolla en la población Santa Adriana de Lo Espejo, la comuna con la tercera peor calidad de vida urbana en Chile y donde 9 de cada 10 niños están en riesgo de abandonar el colegio. Esta iniciativa tiene un alcance de 300 menores vulnerables y recién después de más de una década de funcionamiento logró financiarse a través de los aportes de sus socios. Esos 300 niños tendrían aún mayor riesgo social si no existiera esta escuela.

Es claro que sería un tremendo error romantizar el video de los niños africanos, el trabajo con los niños de Lo Espejo o de muchas municipalidades populares donde funcionan escuelas deportivas de distintas disciplinas. Lo que ahí ocurre es un fenómeno virtuoso en el que esos colectivos hallan sus propias soluciones para fomentar y desarrollar el deporte. No importa que sea con recursos mínimos o básicos, sucede. Eso es lo relevante.

Un ejemplo, en otro ámbito, pero igualmente significativo fueron las ollas comunes y el activo rol que jugaron –y en algunos casos siguen jugando­– en medio de la pandemia. En sectores donde la ayuda no llegó o fue insuficiente los pobladores se organizaron solidariamente y sin alumbrar encontraron fórmulas para apoyarse unos a otros. Una nítida demostración de que querer es poder.

El deporte en Chile a nivel popular, en la base de la pirámide, podría crecer exponencialmente si abundaran iniciativas como el proyecto de Futuro Para el Tenis o escuelas de fútbol sin fines de lucro que sabemos existen en ciertas poblaciones. Pero la clave, un verdadero punto de inflexión sería que estos proyectos dejaran de ser actos voluntaristas. Los privados a través de ONGs, fundaciones y grandes empresas con responsabilidad social podrían hacer mucho más. Y qué decir del Estado que hoy con el Covid paga las consecuencias de que nuestro país tenga una sociedad sedentaria, con altos índices de sobrepeso, obesidad y comorbilidad. Reflexionemos. Por qué no nos inspiramos en el video de los niños de Camerún y nos damos una oportunidad.

Revisa acá el video que enamoró a Djokovic y al tenis