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A Colo Colo le ha costado encontrar entrenador. Si bien la salida de Gustavo Quinteros era cosa juzgada hace rato y uno podía intuirla escarbando un poco en la interna de Blanco y Negro, la determinación sorprendió a los regentes sin un plan B al que echar mano. Los candidatos comenzaron a caerse por diferentes razones, ante un medio que aún cree que los entrenadores correrán despavoridos si la banca alba está disponible.

Algo parecido ocurrió con la selección chilena. La renuncia de Eduardo Berizzo se dio en medio de una fecha doble eliminatoria y Nicolás Córdova tuvo que tomar el testimonio de emergencia. Cuando la búsqueda de un técnico se convirtió en una misión real, la alternativa de Ricardo Gareca reunía todos los consensos y ambas partes estaban a un paso de sellar el acuerdo, pero esto se ha dilatado más de lo que esperaban en Quilín. Por lo mismo surgieron otros nombres a la palestra, la mayoría acercados por representantes quienes alertan a los medios de comunicación y nosotros, con candidez supina, los mencionamos como candidatos cuando muchas veces están lejos de serlo. Raya para la suma, también ha costado amarrar a un entrenador para la Roja.

El mercado chileno ya no tiene los atractivos de antaño, ni a nivel de clubes ni a nivel de selección. Y ese daño profundo a la imagen de nuestra competencia y nuestro combinado nacional, ha horadado un intangible que no tiene precio de mercado: el prestigio. Dirigir acá ya no genera el prestigio que proyectaba hace algunas décadas, ni siquiera en los equipos más grandes. Porque nuestros grandes, con toda la historia que tienen, no son vistos como gigantes en el vecindario, menos en la última década, donde las campañas internacionales han sido de discretas para abajo. El mercado chileno no paga cifras tan altas como Brasil o Ecuador, tampoco tiene la caja de resonancia del fútbol argentino y si revisamos el promedio de las últimas temporadas, quedamos bien abajo en la lista de resultados. Para los técnicos extranjeros es un medio serio, porque efectivamente pagan los contratos y el país es, comparativamente hablando, un escenario propicio para trabajar, lejos de la locura que presentan otras latitudes.

Venir a dirigir hoy la selección chilena es tomar un fierro caliente con destino incierto. El universo de jugadores seleccionables es escaso, hace una década que Chile no clasifica a un Mundial sub 20 y los clubes, generadores de futbolistas, están cada vez menos pendientes de la formación.

¿Para un técnico extranjero es atractivo venir a dirigir a Chile, ya sea un club o la misma selección? Quizás deberíamos hacernos esa pregunta antes de andar exigiendo nombres y apellidos, que dejen todo botado y asuman en clubes o selecciones que marchan demasiado a la deriva.