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¡Basta!

A veces resulta mejor ser pesimista o prudente. Uno anticipa un escenario desfavorable, entonces lo que sucede no afecta tan negativamente. Como que se está preparado para que las cosas salgan mal, porque los hechos indican que hay importante posibilidades de que quede la escoba. Así no más pasó en el partido de vuelta de los cuartos de final de la Copa Chile entre Universidad Católica y Universidad de Chile. Apenas iban cinco minutos cuando fue suspendido por la brutal agresión con fuegos artificiales y bombas de ruido al arquero Martín Parra.

Un grupo de seguidores del elenco cruzado viene con un historial repetido de incivilidades en los estadios. De hecho, para algunos resultó ¿normal? arruinar un suceso histórico, como fue el último partido oficial de la UC en San Carlos de Apoquindo, primero desatando un festival pirotécnico en la tribuna sur y luego metiéndose a la cancha por un souvenir o derechamente para robar algo. El cierre del recinto quedó marcado para siempre por sus inconductas y no por algún hecho futbolístico. Las imágenes dominantes de ese hito serán las de hinchas invadiendo el terreno de juego, arrasando con todo y no del plantel despidiendo en paz y para siempre un sitio que, con esa estructura, fue parte vital de la historia del club, ¡Qué desastre!

Menos mal que en Valparaíso se hizo lo que se tenía que hacer. No había ninguna posibilidad de seguir disputando el partido. Lo que venga después ya será otro cuento, aunque no es descartable que algunos empiecen a empujar descaradamente hacia su lado para sacar el máximo provecho posible. La vida de Parra estuvo en peligro y los efectos de la agresión, en el mediano y largo plazo, aún no están definidos. Es probable que el arquero de la U se reponga rápidamente y pronto esté entrenándose de nuevo con sus compañeros. Sin embargo, no puede ser lo que pasó, pero lo más vil de todo es que hoy resulta altamente probable que vuelva a suceder.

Nicolás Blandi será recordado en Colo Colo como un gran fichaje inicial, que llegó desde Argentina con un excelente currículum. Sin embargo, no hubo caso con el centrodelantero y jamás rindió lo esperado. El principal recuerdo que hay del trasandino en el Monumental es de un episodio idéntico al vivido por Parra en Playa Ancha. Los movimientos intentando escapar, desesperado, de las detonaciones de fuegos artificiales y bombas de ruido en una cancha de fútbol los unen a ambos. La criminal agresión a Blandi fue el 16 de febrero de 2020, el partido de los albos contra la UC debió ser suspendido y dos años después estamos todavía en lo mismo. Claro que en el intertanto fueron quedando una y otra embarrada en los estadios.

La situación de seguridad en el fútbol es terminal y, por lo que se ve y no se ha hecho, va cada día para peor. Grupos delictuales se apropiaron de espacios de convivencia que antes eran de todos los asistentes a los partidos, pero que hoy solo les pertenecen a ellos. Esos lugares fueron privatizados, los adquirieron o se los adjudicaron a punta de patadas, combos, amenazas, puñaladas, piedrazos y ahora último con el uso de fuegos artificiales como armas de combate. Estamos a un paso de los balazos en los estadios y sería terrible. Pero como no faltan las mentes brillantes en esto, seguramente van a salir proponiendo que el tema se puede ¿resolver? con la instalación de pórticos detectores de metales. Una locura.

Llegamos a un momento límite, es ahora o nunca. A una mayoría nos hubiera gustado que el asunto se resolviera antes, con una labor preventiva, desarticulando a los grupos delictuales y que por lo menos se pudiera asistir con cierta tranquilidad a los partidos de máximo interés del fútbol chileno. No fue posible y hay que pasar al nivel siguiente, que es la etapa de tolerancia cero a lo que sucede. Desde ahora para adelante, la tónica tendrá que ser pérdida de puntos para el club involucrado y/o sanciones con partidos sin público. Como es poco factible que el comportamiento delictual se modifique, la esperanza es que las graves repercusiones del fenómeno vayan generando un asilamiento social que transforme a sus protagonistas en una suerte de parias con la única opción de alejarse para siempre si no abandonan la violencia.

Es un callejón sin salida y la respuesta tiene que ser contundente. Hubiera sido maravilloso hablar de planes de reinserción social y todo eso, pero no hay margen. Está en juego la sobrevivencia de la actividad en los términos en que ha funcionado regularmente en Chile. Ah, por supuesto, a muchos les gustaría que nos fuéramos pareciendo cada vez más a cómo operan las cosas en otros países de Sudamérica, pero hoy seguimos siendo del montón internacionalmente y está la escoba a nivel interno. Los otros han sido siempre buenos y se pueden dar el ¿lujo? de que asesinen a un hincha y los partidos se sigan jugando como si nada.

El panorama es crítico, el fútbol chileno afronta un punto de inflexión que puede determinar eternamente lo que venga para adelante. Hay que dar con una forma de parar todo esto. ¡Basta!