Bienvenido Leo
La última vez que Argentina había sido campeón del mundo, Lionel Messi no había nacido. Cuando estaba cerca de celebrarse el primer aniversario de la gesta del 86, Lionel Messi nació en Rosario un 24 de junio de 1987.
Toda su carrera vivió dando pruebas y superándolas con holgura. Por una extraña razón se le pedía que cumpliera objetivos que casi nadie había logrado. Quizás sea el peso que deban cargar quienes son demasiados buenos en alguna disciplina. Se les pide lo imposible. Que haga más goles. Los hizo. Que sea líder de la selección. Lo es. Que gane la Copa América. Ganada. Faltaba una. A Messi le falta ser campeón del mundo. Bueno, ya lo es.
No creo en la objetividad periodística, sí en el equilibrio y la verosimilitud de los hechos. Me defino como maradoniano, pues crecí con Maradona como faro y referente del fútbol planetario. Lo sigo siendo pues para mí su figura excede con creces los márgenes de una cancha de fútbol y se instala en un ideario cultural que tampoco es exclusivamente argentino. Desde esa perspectiva, Maradona y Messi son incomparables. Pero desde la vereda netamente del juego, el rosarino tiene argumentos de sobra para pelear con Maradona el cetro del mejor futbolista argentino de toda la historia. Ya lo tenía antes de esta Copa del Mundo, pero ahora con el trofeo en la mano, el debate se hace inevitable.
Hasta este Mundial, Messi había anotado goles sólo en fase de grupos. En Qatar hizo goles en octavos, cuartos, semifinales y final. No se le puede pedir más a un jugador de fútbol, pero por una extraña razón a él siempre se le pedía más. Quizás, reitero, porque es tan bueno que nos cuesta creer que sea así de bueno.
Pelé es probablemente el mejor jugador de todos los tiempos. Algunos aún creemos que la trascendencia de Maradona supera toda expectativa. Pero Messi entró a esa discusión, con argumentos fuertes, sólidos y aún extendibles, para estar una mesa reservada para muy pocos.
Messi es el máximo anotador en la historia de la selección argentina. Es cierto, es mucho más delantero que Maradona, que creaba mucho más juego desde atrás, con metros demoledores de tres cuartos de campo en adelante. Messi es el máximo asistidor. Es el jugador con más partidos en la historia de los Mundiales. El trasandino con más goles en copas del mundo. Fue campeón mundial juvenil, perdió una final adulta y acaba de ganar otra, jugó cuatro finales de Copa América, de las cuáles gano una. ¿Qué más le falta? Sólo agigantar esas cifras. Porque no se trata de números. La estadística sin contenido, sin relato, sin historia, es una acumulación de cifras que sirven como parámetro, pero no generan legado. Messi, como Maradona, son eso. Legado. Historia. Herencia. Y porvenir asegurado.