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Ese punto donde el retorno no es posible y el porvenir parece un acantilado.

Ese instante donde el debate es una batalla de trincheras, condicionando el argumento si el del frente alienta mis colores o los ajenos.

Ese lugar donde tratamos de convencer que nuestro equipo es menos violento que el otro, donde recordamos con precisión los actos vandálicos del contrincante y olvidamos los propios con pasmosa velocidad.

Donde la prudencia y mesura es calificada como tibieza, donde la mirada a largo plazo es defenestrada y donde la solución parece estar encapsulada en las redes sociales, donde seudónimos plagados de letras y números tienen la receta para solucionar la crisis de violencia que remece la sociedad chilena y, por supuesto, el fútbol nacional. Como no nos dimos cuenta antes que el antídoto estaba en las redes.

Ya en la primera fecha del campeonato la bandera parece ser la misma que el anterior y el anterior y el anterior a ese: hay que sacar adelante el campeonato. Da igual cómo, pero jugarlo.

Es difícil avanzar cuando vemos actos de violencia como los ocurridos hace una semana en el estadio Nacional. ¿Sanciones? Olvídense. ¿Responsables? Menos. ¿Reacciones? Nunca más. Un antes y un después. Hemos tocado fondo. Frases que hemos escuchado y leído por décadas.

Un punto en que los miembros de la misma mesa buscan el modo de confundir el mensaje. Porque todos sabían que el partido entre Universidad de Chile y Cobresal se suspendería, menos los clubes. Si esa falta de deferencia, de coordinación, esa insolencia por parte de la delegación presidencial hubiese ocurrido en otro ámbito, las secuelas habrían sido inmediatas. Pero acá no pasa nada. Total, es fútbol.

¿Cómo coordinar un campeonato si hay desconfianza entre todas las partes? ¿Cómo abordar el problema si seguimos pensando que este es un asunto de barras bravas, cuando hace mucho rato tiene otro tipo de carácter, mucho más ligado a las pugnas de poder, con lazos evidentes entre la delincuencia y el narcotráfico? Mientras más aplacemos el análisis de fondo, seguirán siendo castigados los hinchas reales, a quienes les duele el bolsillo ir al estadio, quienes son fiscalizados con extrema minuciosidad, quienes mantienen a flote la resistencia que significa ir a la cancha.

Sigamos castigando tribunas, lugares, espacios físicos, reduciendo aforos, pagando justos por pecadores como si esa fuera la maniobra para sacar lustre. Pidiendo mano dura para otros, pero blanda para los nuestros. Sigamos con un plan de Estadio Seguro cuya existencia no se entiende si no tiene facultades para actuar. Si Carabineros pregona una cosa, las autoridades políticas otra, la dirigencia del fútbol una diferente y los dueños de clubes transitan por su propio camino.

Esta batalla está perdida. La desolación es abrumadora. Pasaremos por treguas, períodos de cierta calma, trataremos de convencernos que lo peor ya pasó. Hasta que vuelvan, otra vez y paren el partido que quieran, cuándo quieran, cómo quieran y dónde quieran.

¿Por qué? Porque pueden. Y no se hace nada real para detenerlos.

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