El aplausómetro

Es difícil hablar de opinión pública y más aún sostener hipótesis a partir de un concepto tan difuso. Sin embargo, muchas veces se defienden decisiones porque responden al deseo de “la opinión pública”.

Pablo Milad aseguró que la contratación de Ricardo Gareca era un clamor popular. Y tiene razón. La mayor parte del medio futbolístico pedía a gritos al técnico argentino y razones tenían: su campaña en Perú, con un equipo que no estaba plagado de figuras, parecía un aval suficiente para conducir a la Roja.

Pero no resultó. Hasta ahora, al menos, los resultados y la forma mostrada por la selección bajo la conducción del Tigre, han sido deficientes. Hablar de números sería redundar en algo que todos sabemos. La forma sigue siendo muy pobre. Considerando el rival, ante Brasil se dio un paso adelante. Pero sigue siendo insuficiente. Últimos. Cinco puntos. Menos del 20% de rendimiento. Y una forma de juego que no convence a nadie.

Seguir las convicciones es mucho más adecuado que seguir el clamor popular, alojado de pronto en redes sociales o en la voz de los medios de comunicación, donde muchas veces se confunden el parlante alto con la claridad conceptual. Lo ideal sería que existiera una correspondencia entre el equipo, el cuerpo técnico y la afición. Pero cuando eso no ocurre, son los directivos quienes deben mantener una idea clara.

El clamor popular sacó a Reinaldo Rueda. El clamor popular sacó a Eduardo Berizzo. El clamor popular instaló a Ricardo Gareca. Y así nos fue.

La mala campaña de la Selección, la más pobre presentación en la historia de las clasificatorias, no responde al actual técnico solamente. Obviamente Gareca es responsable y no elude ese rol. Pero si la rodada viene desde Pizzi en adelante, el asunto radica en otro foco.

Elegir al entrenador de la selección no es un voto de popularidad. A esta altura, ya deberíamos tenerlo claro.