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El cristal con que se mire

Cuando un futbolista del equipo rival entra fuerte en una maniobra, es un mala leche, un futbolista reconocido por su mala intención, un carnicero sin piedad ni misericordia. Cuando una jugada similar es protagonizada por uno de los nuestros, hablamos de un jugador vehemente, corajudo, que no se achica ante nadie.

Cuando el rival escoge un sistema defensivo, conservador, que achica espacios y es poco arriesgado, hablamos de un equipo chico, ratón, mezquino. Si el diseño es nuestro, entonces hablamos de un partido inteligente.

Si el rival se apropia del balón, no lo rifa, evita el choque o jugar a dividir, decimos que tocan para el lado, sin ninguna profundidad. Si la estrategia es nuestra, somos un equipo que marca con la posesión de la pelota.

Cuando el rival opta por el juego largo, saltándose la mitad de la cancha, juegan al pelotazo, de punta para arriba. Si hacemos lo mismo, exactamente lo mismo, se llama juego directo.

Si el juez del partido comete un error en un cobro, es parte de una casta que busca perjudicar a nuestro club. Si el yerro nos favorece, sólo es parte del juego, los jueces son humanos y también se pueden equivocar. Una vez que nos toque, obvio.

Si el comentarista que está en la transmisión critica a nuestro equipo, sabemos que es hincha de la contra y nunca, pero nunca ha jugado a la pelota. Si habla bien de nuestro equipo, es uno que sabe, es serio, es prudente, un imparcial de las comunicaciones.

Miramos el fútbol con nuestros propios ojos. Interpretamos en función a nuestros parámetros. A veces somos injustos y exagerados y buscamos respaldo en esas posiciones extremas. No justicia. No imparcialidad. Errores a favor y análisis desnivelado. Y está bien. También es parte del juego ver el fútbol de acuerdo a nuestro propio cristal.