El ídolo silencioso
La admiración se representa de maneras diferentes. A veces con grados de delirio. Otras con un poco más de distancia, reflexiva, austera. Para las verdades, el tiempo suele ser un camino prudente que evita los atajos y pone las piezas en su lugar y dimensión. La carrera de Matías Fernández transitó todas esas rutas. Cuando apareció, fulgurante, explosivo, incontrolable, su presencia provocaba delirio. Con el tiempo esas reacciones se convirtieron en sostenido respeto. Casi un agradecimiento. Es probable que el 14, que anunció su retiro del fútbol hace pocos días, no tenga consciencia del influjo que tuvo en muchos chicos que soñaban con ser futbolistas y pegarle a la pelota como él le pegaba. Es probable que muchos de los que hoy transitan por las canchas chilenas tuvieron a Fernández como una referencia, un faro donde mirar y sentirse acogidos.
Matías Fernández fue un estupendo jugador de fútbol. Pocas veces hemos sido testigos de una explosión como la suya jugando por Colo Colo. Tres chilenos han sido elegidos el mejor jugador de América. Elías Figueroa, Marcelo Salas y Matías Fernández. De ellos, sólo el 14 lo hizo jugando por un equipo nacional.
Con el tiempo fue mutando a un jugador menos pirotécnico y más táctico. Retrocedió en la cancha, se convirtió en un organizador de juego con un rendimiento extremadamente regular. A veces se nos olvida, pero Matías estuvo más de una década jugando en Europa. A veces se nos olvida, pero Fernández fue clave en el período de Bielsa. Quizás no el más brillante, pero nunca opacando.
La personalidad de Matías Fernández se convirtió en algún minuto en tema de debate nacional. Desde afuera donde todos opinamos con extrema facilidad, se aseguraba que su modo de ser, más silencioso, menos expresivo, conspiraba con su carrera. Argumentos externos que quizás estén lejos de las expectativas que el propio Matías tenía sobre su propia carrera y su vida. Cuando se asegura que no llegó tan arriba como insinuaban sus condiciones es un juicio que proviene de expectativas externas, no propias. Es probable que él esté muy conforme con la carrera que tuvo, con sus estaciones, con sus años en Europa y con el respeto transversal que tiene en el medio. No existe un compañero de profesión que diga una mala palabra de Fernández. No existe un funcionario de los clubes donde haya militado que no lo colme de elogios.
Le pedimos a los grandes jugadores no sólo que cumplan con sus propias expectativas, sino que carguen con las nuestras. Le pedimos que modifiquen su manera de ser para que actúen como nos gustaría a nosotros que actuaran.
Injusto.
Matías Fernández dijo adiós y en su mensaje se despidió de mucha gente. En un comunicado donde traslucía su timidez. La timidez no es un defecto, es una característica, un rasgo y muchas veces una fortaleza.
Una vez le pregunté a un entrenador que dirigió a Matías Fernández en sus inicios si creía que había llegado tan arriba como exhibían sus condiciones. Su respuesta fue demoledora y sirve para cerrar esta columna.
“Es muy difícil ser tan grande como Matías. Y además, jugaba bien a la pelota”.