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Erick Pohlhammer murió en mayo del 2023, pero no ha dejado de escribir. Este hechizo, que traspasó los límites de su existencia, fue posible a través del rescate de una serie de textos, bocetos, mensajes escritos a mano, otros a través de plataformas digitales, reflexiones que el escritor chileno dejó desperdigadas y que hoy sus editores de Libros del Amanecer compilaron para editar este libro póstumo, Golazo de Dios.

En estos fragmentos, en clave poética, Pohlhammer habla de la vida, la muerte, lo sagrado, lo divino, lo fugaz y lo imperecedero. Pohlhammer habla mucho de fútbol, una pasión que lo acompañó desde su entorno familiar hasta su incipiente carrera futbolística en la Universidad Católica, club de sus amores, que fue truncada por una miopía severa que no lo dejaba ver mucho más allá de la punta de su nariz. Su tío, Sergio Livingstone, es y será una figura de referencia en nuestro fútbol.

Escribe Pohlammer, desde algún lugar, que “todos hemos jugado alguna vez en los potreros / todos tenemos peladuras, cicatrices / marcas en las rodillas, en la cara, en los talones / Los potreros son la universidad de la derrota / Un año en los potreros es una estadía en el infierno”.

Agrega Pohlhammer que “el hombre es un golazo de Dios / La mujer / es un gol olímpico / de la divina madre / La mala onda / la mala vibra / Es un autogol del horror!!”.

Recupera desde su espacio ese amor genuino por la pelota, esa mirada limpia, sin la distorsión mayúscula del resultado urgente, de los grupos de la muerte, de los marcadores saca-técnicos, de los Consejos de Presidentes, de la señora FIFA.

Las letras nos han regalado apasionados relatos que circulan en ese mismo ritmo. Novelas, columnas, manifiestos, documentales. Soriano, Sacheri, Fontanarrosa, Villoro, Galeano, Benedetti y un montón más. La poesía, un poco menos y eso que el fútbol se parece mucho más a un poema que a una larga novela o a un cuento preciso.

“Yo vi jugar a Jesús Trepiana con mis propios ojos, y eso que todo lo que ven los ojos es ilusión. Pero yo lo vi jugar con estos ojos verdes, en el estadio Santa Laura, pegadito a mi novia, que era un asiento vacío”, escribió Pohlhammer un día, un inicio de poema que tantas veces hemos robado y lo seguiremos haciendo, porque resume la bendición del testigo. Yo vi jugar a Alexis. Yo vi jugar a Arturo. Yo vi jugar al Matador. Yo vi jugar a mi padre.

Yo no vi jugar a Pohlhammer. Pero lo leí y lo seguiré leyendo. Como cuando se detenía en cualquier lugar y te lanzaba una frase profunda o comenzaba una conversación con cualquier parroquiano, conocido o desconocido, en la fila del supermercado, esperando un semáforo o bajándose del auto para leerte una línea escurridiza y atraparla antes de que se extraviara en algún lugar y se fuera a ninguna parte.

Un golazo de Dios. Sin VAR. Sin representantes. Sin acudir al TAS. Sólo tú que lees y la pelota. No necesitamos más.

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