La importancia de tener un estadio
Para entender esta columna hay que alejarse de la caricatura que se hace con la Universidad de Chile por no tener un estadio propio. Efectivamente los azules no tienen un recinto, como la mayoría de los equipos chilenos que juegan en escenarios municipales que arriendan o consiguen a través de acuerdos y comodatos. Pocos, muy pocos, tienen un estadio. Colo Colo, Universidad Católica, Unión Española, Huachipato. Una de las grandes carencias de las sociedades anónimas deportivas ha sido la inversión en recintos propios. Es cierto, algunos han construido campos de entrenamiento de alto nivel, como el Centro Deportivo Azul o el Monasterio Celeste, pero los defensores a ultranza del libre mercado, los que piensan y defienden que los clubes transen en bolsa y tengan accionistas, recurren al Estado para jugar en estadios municipales y para la seguridad externa, que está a cargo de las fuerzas policiales.
La Universidad de Chile no jugó esta semana su partido contra la Unión Española. Hace rato que el cuadro azul actúa como nómade buscando en escenario donde jugar como local. La temporada pasada lo hizo muchas veces en el estadio El Teniente de Rancagua, hasta que hubo graves incidentes, invasión a la cancha, agresión a los futbolistas y destrucción del memorial que recuerda a los hinchas de O’Higgins que fallecieron en la tragedia de Tomé.
La U estaba jugando de local en el Santa Laura. No podía enfrentar a los hispanos en calidad de local en el estadio que pertenece, precisamente, al visitante, así que comenzaron una auténtica diáspora buscando un lugar. Sausalito, Talcahuano, Talca, Valparaíso dijeron que no. Y cuando todo indicaba que el Lucio Fariña de Quillota sería el sitio escogido, la nueva autoridad de Gobierno, en su primera medida, rechazó que el partido se jugara en este recinto.
Y así, por no tener donde jugar, el partido sencillamente no se jugó. El tema de fondo es que hoy es sumamente difícil organizar partidos de fútbol y mucho más complejo construir un estadio. Colo Colo, por ejemplo, tuvo la fortuna de hacerlo hace varias décadas. Compraron el paño en la década del 50, lo edificaron en los 70 y lo inauguraron a finales de los 80. Si hoy los albos trataran de levantar un estadio, se encontrarían con muchas puertas cerradas. La imagen de los equipos, sobre todo de los grandes, se ha visto deteriorada por las barras bravas. Es muy complejo que un sector de la capital acepte tener partidos en su esfera, por el temor fundado a los incidentes, la violencia y un trastorno en su vida rutinaria que nadie se merece.
Construir un estadio en Chile es más complejo que edificar una cárcel. Y eso habla mucho de la imagen deteriorada de una actividad que podría ser un foco virtuoso, pero que las barras violentas han convertido en un predecible estado de temor.
La Universidad de Chile merece con creces un estadio propio. Un anhelo eterno, infinito. Varias dirigencias prometieron su construcción pero el proyecto jamás se cristalizó. Todo eso es cierto. Pero hay un tema de fondo. La gente, el público, el ciudadano o ciudadana de a pie, no quiere un estadio cerca de su casa. Y eso nos debe hacer reflexionar.