La madre del cordero
La primera final de un equipo chileno en la Copa Libertadores fue en 1973. En esa ocasión Colo Colo cayó ante Independiente de Avellaneda. Este año se cumplieron 50 años de dicho desenlace. La última vez que un cuadro chileno fue finalista fue dos décadas después, en 1993, cuando la Universidad Católica perdió contra el poderoso Sao Paulo de Telé Santana.
Después, nunca más. 30 años. Muchísimo tiempo.
En esos veinte años (1973-1993), jugaron la final del más importante torneo del continente Unión Española, Cobreloa en dos oportunidades y Colo Colo, que la ganó en 1991.
Después, nunca más.
Las razones son variadas. Hay que admitir que el certamen cambió de formato y eso ha conspirado con presencia más permanente de equipos de otras latitudes en instancias definitivas. Antes jugaban la Libertadores el campeón y el subcampeón de cada país. No era extraño ver en semifinales a chilenos, peruanos, paraguayos, colombianos. Hoy con la inmensa desproporción de clubes brasileños y argentinos, la Copa parece un play off de dichos campeonatos.
Ni hablar de la diferencia económica. Sobre todo con los clubes brasileños que manejan presupuestos europeos jugando en el cono sur.
Dicho eso, que es real, no podemos culpar al empedrado de los pecados propios. Porque si bien ningún club chileno ha disputado una final de Libertadores en 30 años, las distancias han aumentado y nada parece presumir que la diferencia se estreche. No sólo es desaparecer de las instancias finales. Es casi no participar desde octavos de final en adelante. Avanzar una fase parece ser una gesta épica cuando antes era considerado el “desde”.
Las razones de esto son poderosas y paulatinas. Muchos dirán que los jugadores parten antes del desarrollo, pero eso pasa a equipos de todas las latitudes. Que el presupuesto de los gigantes de América es inabarcable y es cierto, pero instituciones como Independiente del Valle le dan una bofetada a ese argumento. No se trata de ganar siempre, porque nadie lo hace. Pero sí de pertenecer, estar, convertirse en asistente habitual. Y eso no depende sólo de contratar buenos jugadores o entrenadores. Depende de un plan.
La Copa Sudamericana abrió algunas ventanas, pero tampoco demasiadas. Ganó la U hace más de una década, Colo Colo anteriormente perdió una final y Coquimbo llegó a una inédita semifinal. Sigue siendo poco. Muy poco.
El nivel de la competencia local desnivela hacia abajo. El formato de campeonato, las reglas, las recompensas, las prebendas, las bases del torneo, prosiguen en manos del ilustre Consejo de Presidentes de clubes, que en rigor no son presidentes sino propietarios. Y ahí está la madre del cordero. Todos lo saben. Y nadie hace nada.
¿Por qué?
Podemos enarbolar varias hipótesis, sesudas, complejas, variadas. Pero creo que la respuesta es el camino más corto, el atajo a la verdad: porque no quieren. No les interesa. No les importa.
Triste, solitario y final.