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Le exigíamos recambio a Reinaldo Rueda, pero Chile lleva 10 años sin clasificar a un Mundial sub 20.

Le exigíamos recambio a Martín Lasarte, pero Chile lleva 10 años sin clasificar a un Mundial sub 20.

Le exigiremos recambio a Eduardo Berrizo, pero Chile lleva 10 años sin clasificar a un Mundial sub 20.

¡Qué jueguen los chicos!, clama la pradera. Hinchas, periodistas, jugadores, exjugadores, técnicos. ¡Qué jueguen los chicos! Se oye casi lema de campaña electoral, un discurso que en lo conceptual no presenta fisuras pero choca con la realidad.

Pero Chile lleva 10 años sin clasificar a un Mundial sub 20.

¿De qué chicos estamos hablando? ¿Cuántos jugadores nacionales menores de 23 años podrían arrebatarle una camiseta a los habitualmente titulares? Pocos. Muy pocos. Quizás ninguno.

El reciente fracaso de la sub 20 en el sudamericano es un capítulo más de un descalabro que todos aprecian pero nadie corrige. La crisis en las inferiores llega a niveles difíciles de comparar en el registro histórico nacional. Si esto no es tocar fondo, se parece. Porque los resultados de la Roja adulta son correspondientes a la ausencia brutal de exponentes, de intérpretes. De jugadores.

Existen buenos entrenadores, muy buenos entrenadores, excelentes entrenadores. También están los malos, muy malos, discretos. Pero ninguno hace magia.

En la década del 90 y comienzos de este milenio los clubes chilenos quebraron económicamente. Eso es verdad. Pero pasados demasiados años la solución financiera generó una quiebra aún peor, que es la deportiva. No hay que ser demasiado perito para detectar que la crisis del fútbol nacional se desprende de un vacío gigante en el trabajo de inferiores, en clubes y competencias. Pero quienes toman decisiones vuelven a minar el trabajo más sustantivo, el de las divisiones cadetes. Las han pulverizado. La interrogante que surge es incluso económica, desde el mercado. ¿Si lo que pretenden es ganar plata (como todos), por qué destruir el método más eficaz de conseguirlo, que son las divisiones menores? Un dilema. Una respuesta inconclusa.

Pronto arranca un proceso eliminatorio. Vayamos cargando la calculadora. Si Chile accede al próximo Mundial ojalá así sea, será por el aumento de plazas para Sudamérica. Porque ya no sólo le ganamos a los mismos de siempre. Incluso ahora es menos. Nos ganan quienes nunca nos ganaban.

Estamos en quiebra. Pero el ilustre Consejo de Presidentes sigue inquieto de sus propios intereses, mientras el despeñadero ya aparece en la postal.